Opinión

RICARDO Crespo

Hablemos solo de los refugiados

Una ola de sentimentalidad recorre Europa. Un clamor implorando la piedad estremece los corazones. El hombre es bueno. La gente es solidaria. Los pueblos abren sus brazos y sus Gobiernos no reconocen sus fronteras. Los líderes políticos descubren su bondad. Las plumas abandonan la bilis y aparecen indignados escritos donde brilla la compasión.

Las imágenes televisivas conmueven mostrando la crueldad de la tragedia y provocando la catarsis. Se invocan los Tratados Internacionales. Se reconocen derechos inalienables del hombre. Se activan generosas las organizaciones humanitarias. El voluntarismo se entrega a la causa caritativamente. Se esgrime del derecho de asilo. Se recuerdan otros momentos históricos donde el hombre acogió al hombre como hermano. Surge el altruismo. La filantropía reina. El humanismo impera. Se entroniza la razón. Desaparece el egoísmo, la xenofobia, el racismo. Renace esa Edad Dorada donde, según los antiguos, no existía lo tuyo ni lo mío. Alborea un nuevo día en el mundo. Tal es el momento en el que Europa exhibe su más alto grado de civilización.

¿De dónde viene el Mal que nos ha hecho sacar lo mejor de nuestros mismos, oponer la civilización a la barbarie? De la guerra en Siria, en Libia, en Afganistán, en Irak. Los refugiados son víctimas que huyen de la Muerte. Atrapados en guerras civiles donde los intereses económicos azuzan el fanatismo religioso y las diferencia étnicas, huyen del pavoroso incendio como pavesas, almas desprendidas de su cuerpo social, de su tierra, lengua y cultura. Buscan un refugio en las tierras fértiles y las tupidas arboledas de Europa y los encuentras en los caminos perdidos, en las frías vías férreas sin fin, en los rastrojos dorados y en las cunetas sombrías, en los cultivos y en los caseríos... Son miles. Cientos de miles. A veces no llegan y su cadáver aparece flotando en esa playa donde tú te bañas, a unos metros en donde otro se hundió sin nombre y no volverás a ver, o asfixiados en ese camión que te cruzas en la autopista... ¡Es el horror!

¿Tuvimos nosotros que algo ver con esas guerras que llevan años asolando Oriente Medio? En absoluto. Nosotros, el pueblo, salimos a las calles de Europa por millones contra la invasión de Irak, que fue el inicio de esta locura; nosotros, el pueblo, fuimos pacíficos, mansos, portábamos banderas blancas y nuestros labios entonaban un himno de paz. ¿Por qué no se nos escuchó?

* Escritor

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