Opinión

FRANCISCO García

Indignación y perplejidad

La llamada crisis de los refugiados sirios está copando estos días los titulares de los medios de comunicación, poniendo el foco sobre el drama humano de miles de familias que cuestionan nuestros sistemas jurídicos y políticos, nuestras prioridades y tratados internacionales, a la vez que desnudan las mentiras que nos acompañan, causándonos estupor y sorpresa, y sobre todo, mucha indignación y perplejidad.

Perplejo ante una aparente novedad que respecto a la población siria lleva siendo una realidad desde hace más de cuatro años, y que ha obligado a millones de personas a trasladarse a los países limítrofres, sin que la comunidad internacional haya querido dar ninguna respuesta mínimamente seria para garantizar los derechos de estas personas. Perplejo ante los millones de refugiados de muchas naciones a los que negamos el pan y la sal, y nos afanamos en omitir y silenciar.

Indignado ante los gobiernos que hacen gala de su hipocresía, mientras proclaman la defensa de los derechos humanos públicamente y se cuelgan las medallas ante su electorado y, sotto voce, premian a gobiernos limítrofes para que no dejen pasar a otros miles de refugiados que, con el mismo derecho, quieren alcanzar nuestras fronteras.

Sorpresa ante la reacción de Alemania, que asume el liderazgo europeo en la acogida de refugiados, frente al silencio y la desidia de muchos otros países que, bajo la misma legislación, se parapetan respecto a la acogida y ahora se ven arrastrados por las corrientes de solidaridad de sus sociedades. Perplejo e indignado por como el gobierno de Hungría está afrontando esta situación, maltratando a miles de personas de toda edad y condición, obstaculizando el tránsito por su país y la salida de éste como aquéllos pretenden, incumpliendo el Estatuto Internacional del Refugiado sin que ello tenga consecuencias sancionadoras, y haciéndolo además en nombre de las "raíces cristianas de Europa". A la vez que el Papa pide cumplir con el mandato evangélico de la acogida al forastero y que cada parroquia de Europa reciba a una familia de refugiados. Perplejo por la falta de una política internacional mínimamente seria, que permite estas situaciones, que arropa y destierra a los mismos tiranos según le sirven a sus intereses, y que interviene o no en los conflictos según la tajada que saque de ellos.

Y sobre todo, perplejo e indignado ante las playas sembradas de cadáveres, ante las nuevas alambradas con concertinas sobre las que queremos defender nuestros valores, ante las familias hacinadas o corriendo campo a través con los hijos en sus brazos. Quedan grabadas a fuego las imágenes del cuerpo inerte del pequeño Aylan, y la respuesta en la frontera de aquel joven sirio, llena de ira y de lágrimas, a las preguntas del reportero: "we want to live, we want to live..." (queremos vivir). Me pregunto si los dejaremos, a quiénes no según de qué países, cuánto tiempo y en qué condiciones. No, no habrá paz sin justicia, y no hay justicia de unos cimentada sobre la injusticia de otros. La historia se sigue escribiendo, y dentro de unas décadas, nuestros hijos y nietos se preguntarán dónde estábamos nosotros, porqué permitimos esta barbarie. La respuesta es tuya, ahora. No dejes que ocurra.

* Abogado

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