Opinión | CARTA ILUSTRADA

El deseo de Gonzalo en la Fuensanta

Allá por mitad del siglo XV, Gonzalo, un cardador de lana del barrio de San Lorenzo, casado con una demente, y con una hija paralítica, estaba al borde del suicidio y de la desesperación. A punto de hacer una tragedia, se va camino del arroyo de la Piedras hasta llegar a la Fuensanta. Meditabundo entre zarzas, hierbas silvestres y moras, recibe la vista de dos hermosas jóvenes y un adolescente. Le comunican una gran noticia: bebe agua del arroyuelo que nace en las raíces del cabrahígo y se la das, a su vez, a tu familia. Los visitadores son Acisclo, Victoria y la Virgen María. Obediente a la sugerencia de sus interlocutores y atónito, sale corriendo; compra un jarrón y lo llena de agua. El efecto de la curación sobrecogió a la ciudad.

De libro. El ambiente, la situación familiar, los personajes, el mensaje y la solución final. Este cuadro se reproducirá, con pocas variantes en la apariciones más famosas como Fátima, Lourdes, Guadalupe, y el mismo o parecido esquema multicolor en otras religiones no cristianas... Cada cual ve lo que su deseo intenso, su imaginario o su religión le permite ver y, se pueden ver toda clase de gestos sorprendentes o milagrosos, que no tienen consistencia científica, histórica...

Lo raro, lo extraño es que este tipo de apariciones se cultivan en los ámbitos pobres, incultos, iletrados, propensos a creérselo todo e antemano. Y no deja de ser extraño que estos milagros no se reproduzcan en los ámbitos díscolos, increyentes, ilustrados... Hay, pues, una cierta discriminación de María Santísima y su cohorte con respecto a algunos de sus hijos, fomentado después por sus intérpretes directos o guardianes de los santuarios.

El imaginario personal necesita de esta cosecha de rarezas, de misterios sin resolver, de sálvame de lux para no caer en la esquizofrenia o el suicidio. Nuestro destino o historia personal es una camino pedregoso y complicado, entre zarzas y moras; con momentos de lucidez, donde se controla el rumbo y momentos de enajenación, donde se esperan soluciones extrañas, de fuera.

Solo la experiencia y la acción reflexionada descifra los misterios de nuestro destino, el desear algo intensamente puede cambiar el curso de la historia, la dirección de nuestro caminar. Gonzalo, el pobre cardador de lana, deseó hasta la desesperación la curación de su familia. Y consiguió desviar la maldición del destino que pesaba sobre su casa.

José Gabriel Rabasco Sánchez

Excoadjutor Fuensanta

Córdoba

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