Opinión | CARTA ILUSTRADA
Visita obligada a una residencia
Era una visita obligada. Ellos no se merecen menos. No pude ver a todos los que quería, pero al menos pude estar con alguno de ellos. Han pasado poco más de dos meses desde que tuvimos que dejar la Residencia Municipal del Guadalquivir, pero el tiempo puñetero ya ha hecho mella en alguno, o al menos eso me pareció a mí.
El lugar no parecía haber cambiado mucho, tal vez el cartel de la empresa concesionaria junto al logotipo del Ayuntamiento era lo único que se apreciaba desde el exterior. El interior era distinto, físicamente nada había cambiado, incluso los carteles de los tablones de anuncios eran los mismos, pero había algo que lo hacía diferente. El ambiente se respiraba tenso, los empleados se empeñaban en mostrar la mejor de sus sonrisas, pero su actitud y su lenguaje corporal decían, o yo interpreté, otra cosa. Solicité poder ver a una de las parejas de residentes, aunque mi intención era poder ver a más de una persona. No hubo ningún impedimento, pude moverme libremente por el recinto. No sé si es la política que sigue la empresa, o es que sabían que yo había trabajado en ese mismo lugar, y no querían desagradarme.
Las personas que fui a visitar, estaban junto a otras en el patio del recinto. Al entrar en el lugar donde se encontraban los residentes, la emoción nos llegó al corazón a todos los que allí estábamos, y las lágrimas brotaron de nuestros ojos. Recibí un abrazo sincero y afectuoso de todos y cada uno de los que allí estaban, incluso de algún visitante que estaba acompañando a su familiar, pero sobre todo, llevo guardados los de Carmen, Antonio, Diego y Milla (me faltó el de Ana, y el matrimonio de Antonio y Antonia). Mi relación va más allá de haber estado trabajando junto a ellos, creo que es de amistad verdadera, al menos por mi parte. Los conocí por haber trabajado en el lugar donde viven. Eran sólo los usuarios del servicio, ya está, sólo eso. Pero no, por su forma de ser, por el afecto que me dieron y por todo lo que aprendí de ellos, sin que supieran que me estaban enseñando, pasaron a convertirse en amigos, pero amigos de verdad. Esta sensación creo compartirla con todos los compañeros y compañeras que allí trabajaron, desde el equipo médico y directivo, al personal de servicios del centro. La diferencia de edad no fue impedimento para que me abrieran sus brazos y corazones, la diferencia entre empleado y residente, menos. Ellos están en el final, espero que lejano aún, de esta carrera que es la vida, yo voy llegando poco a poco, al mismo lugar donde ellos están, cuando llegue, lo único que pido es ser tan buenas personas como las que me he encontrado en la Residencia Municipal Guadalquivir, a las que si nada ni nadie lo impide, volveré a visitar pronto.
Antonio Magdaleno Alba
Córdoba
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