Opinión

La foto más terrible

Aparecía ayer en casi todas las portadas de los periódicos, uno de los cinco niños muertos, ahogados en aguas turcas, cuando trataban de alcanzar, junto a sus familias, la isla griega de Kos. Ese niño golpea hoy las conciencias libres por la crudeza de una imagen que tardará tiempo de irse de nuestros pensamientos. Ese niño tiene que ser para dirigentes y ciudadanos de a pie el símbolo que nos recuerde a todas las víctimas de la violencia, desde las mujeres agredidas por sus parejas, hasta los cristianos decapitados o los homosexuales arrojados al vacío por los radicales islámicos, pasando por todos los perseguidos en países en los que no existe la libertad. Ese niño nos recuerda aquel grito de Benedicto XVI, al visitar el campo de exterminio de Auschwitz: "¿Por qué, Señor, permaneciste callado?". Y nos evoca, con profunda tristeza, aquellas palabras del Papa Francisco: "Los emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la Humanidad. Son niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandona sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser algo más. Huyen de situaciones de miseria o de la persecución, buscando mejores posibilidades o salvar su vida y, mientras esperan cumplir sus expectativas, encuentran frecuentemente desconfianza, cerrazón y exclusión, y otras desventuras, con frecuencia muy graves y que hieren su dignidad humana". Ante la foto, --ese niño crucificado en las arenas de una playa--, todo corazón noble ha de pedir que se afronte esta realidad y que se ponga en marcha con urgencia una cooperación internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión. ¿Conmoverse o moverse? No vale el dilema ante esta imagen: hay que conmoverse hasta las entrañas, pero moverse de inmediato ante este crimen contra la familia humana.

* Sacerdote y periodista

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