Se están celebrando este año los cuatro siglos de la publicación de la segunda parte de El Quijote . Bueno, no exageremos. Según el Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), estaban al tanto de la efemérides, en junio, el 54% de los españoles que contestaron el cuestionario. No parece, pues, que la nación entera esté leyendo en estos momentos la segunda parte de marras, fabulosa entre otras razones porque en ella, por primera vez en la historia de la ficción, si no me equivoco, un personaje inventado tropieza con lectores que han gozado leyendo sus aventuras en un tomo previo y que se asombran al tenerle delante en la "vida real". Materia para selfis interminables. Añadiré que empezar una novela diciendo que no quieres acordarte del nombre del lugar donde vivía tu protagonista es tan genial que uno no deja de pasmarse.

Si el 46% de los españoles encuestados ignoraban hace unas semanas que estamos festejando tan magno acontecimiento cuatricentenario, no así nuestros académicos. Bajo la dirección del imparable Francisco Rico, la docta casa acaba de editar, en dos ingentes volúmenes, una edición de la obra maestra cervantina que supera con creces todo lo habido y probablemente por haber. Ello con la colaboración de los mayores especialistas mundiales, cuyas elucubraciones sobre distintos aspectos de la novela llenan el tomo complementario (una de las correcciones de la nueva edición me ha encantado, pues resulta que, donde antes se leía ±suelen hacer el amor con ímpetuO, el manco de Lepanto escribió en realidad ±suele nacer el amor con ímpetuO, que no es exactamente lo mismo). En el mundo quizá solo hay un fenómeno comparable a los trabajos que genera El Quijote : la inmensa industria universitaria provocada por el Ulises de James Joyce, cuya casi ceguera le dificultó sobremanera la ardua tarea de corregir las galeradas, atiborradas de erratas, de un texto ya de por sí enmarañado y cuya edición inaugural salió hecha unos zorros.

Dos años antes de la publicación de la segunda parte de El Quijote se consumó uno de los episodios más crueles y desastrosos de toda la historia española: la expulsión de los moriscos. Según parece, había entonces en la península Ibérica unos siete millones y medio de almas. Los moriscos arrojados de sus hogares sumaban, de acuerdo con los estudiosos, medio millón, nada menos. En su enorme mayoría eran gentes pacíficas que cuidaban sus terrenos o se ocupaban de sus tiendas. ¿Merecían tal trato? Según Martí de Riquer, en su edición de la novela (1944), sí. En una nota al maravilloso episodio del moro Ricote (II, capítulo 54) se permitió apuntar: "Entre 1609 y 1613 se hicieron públicos los bandos que ordenaban la inmediata expulsión de España de los moriscos, o sea los moros que, aparentemente convertidos, seguían practicando de escondidas sus ritos y en general llevando vida nociva a la sociedad". Que yo sepa, nunca rectificó aquella vileza.

El episodio del moro Ricote, quien, previendo el desastre que sobrevenía, se ha establecido en Alemania, es de los más conmovedores que se puedan leer. Solo un obcecado como Riquer sería capaz de no entender la ironía con la cual Cervantes, entre líneas --claro, tenía que ser entre líneas--, condena lo hecho con aquellos seres, tan españoles como los católicos. Se han ofrecido disculpas a los judíos expulsados. Pero jamás a los moriscos. Ello constituye no solo una abyección moral intolerable, sino una torpeza abismal. Entre otras razones, porque en el mundo islámico hay una minoría de fanáticos que sueñan día y noche con la reconquista de Al-Andalus.

Me tiene obsesionado en este sentido el vídeo grabado en un campamento del Estado Islámico en Siria y difundido por Youtube en agosto del 2014. En el curso del mismo, un yihadista declara en castellano perfecto: "En nombre de Alá el misericordioso, gracias a Alá de todo el mundo. Estamos en Tierra Santa y os digo a todo el mundo y os aviso; estamos viviendo bajo la bandera islámica y vamos a morir por ella hasta que nos hagamos con todas las tierras presas, de Yakarta hasta Andalucía; y os digo, España es tierra de nuestros abuelos y nos vamos a hacer con ella con el poder de Alá".

Con actitudes como la del cabildo catedralicio cordobés, España está atizando la rabia islamista, que en cualquier momento puede provocar otra tragedia. ¿Por qué negar a los musulmanes el gozo de poder orar en la mezquita? ¿Por qué no se enseña ni una palabra de árabe a los niños de este país, cuando hay miles en el idioma, muchas de uso diario? ¿Por qué no se acepta que España es una mezcla de sangres y culturas? ¿O es que nos hemos vuelto locos del todo?

* Escritor