Agosto es un temblor de lluvia tormentosa, una acumulación de fatiga y asfixia, la promesa de rutas hacia el aire salino. La fatiga es la tierra, la ardiente claridad de un sol desértico, en una actualidad desesperada. En las ascuas latentes de la corrupción encontramos a su protagonista cordobés, Rafael Gómez, como actor no tan secundario del caso Malaya , la trama más vergonzante de estos años. La sentencia de la sala de lo Penal del Tribunal Supremo considera probado que pagó 600.000 euros al Ayuntamiento de Marbella para saltarse el Plan General de Ordenación Urbana y reformar un local de tres plantas, multiplicando su valor al abrirse al paseo marítimo. La condena, seguramente razonada, llama al sonrojo: 6 meses de cárcel, eludible por el pago de 1.800 euros, y una multa de 150.000 euros por cohecho, por un soborno, una mordida de 600.000 euros y ganancias millonarias. Rafael Gómez sabe que la corrupción sale rentable, y por eso entregó 300.000 euros a Maras Asesores, de Juan Antonio Roca, cabecilla de la mayor red mafiosa de corrupción inmobiliaria de la Costa del Sol. Uno tiene derecho a alardear de una ignorancia y vulgaridad populistas, si le gusta, disfrazándolas de falsa sencillez. Pero unir a eso el choriceo y convertirlo en modelo social, solo puede ocurrir en un escenario tan corrupto como su personaje. Tan culpable es él como sus cómplices. Además de convertir nuestro hermoso litoral mediterráneo en una bestia ordinaria de mil torres, esta gente grosera enloda el suelo que pisa. Son solo peones del expolio total, pero mientras degradan a toda una ciudad.

* Escritor