Agosto es como el paraíso pero con el calor del infierno. Al menos este año en el que hablar del tiempo ha dejado de ser un recurso para llenar conversaciones y se ha convertido en tema de especialistas en el calentamiento global, de ecologistas agoreros y de campesinos visionarios curtidos en cabañuelas. A pesar de algunas noches en duermevela por el sudor y los mosquitos, agosto es el mes en el que el ser humano (español) arriba a la cima del curso pasado, se despereza, se desnuda, se mete en el mar, se relaja, se echa la siesta sin prisa aunque le toque trabajar y se va, por ejemplo, a la feria del pueblo para entonar el cuerpo y el alma antes de que septiembre nos toque diana y vuelva a poner firme y preocupada a media población. Lo que tiene agosto es que es una tregua, un tiempo en el que hasta los pensamientos se vuelven banales porque no debe ser bueno estar siempre alerta y el cuerpo se mueve al son de las mil músicas del verano, sean las de Alejandro Sanz o la de las orquestas de casetas de feria. Agosto ahora es como la siesta de la infancia --de chicharras y tíos del sebo-- pero con el cansino lamento de la omnipresente tórtola turca y la inevitable reflexión sobre la crisis, que va desde la regularización del catastro, que te cuesta 60 euros por la foto del satélite más el porcentaje de subida del IBI, hasta el análisis laboral de nuestros hijos "que se han encajado en los 25 sin dar golpe". Agosto, en muchos casos, es la vuelta al pueblo, con las calles atestadas de coches y sus bares vacíos, casi como los bolsillos, y contemplar la reiterativa --aunque válida-- arquitectura oficial de sus centros de salud y casas de la cultura y la inutilidad y desfase de sus recintos feriales, concebidos en tiempos de alegría presupuestaria y ahora una especie de mausoleos de la fiesta donde se echa de menos aquella proporcionalidad entre bulla, encuentro, cochecitos de tope y diversión. Agosto es el mes del cerrado por vacaciones y de la ausencia de rutina porque aunque se esté tirado a la bartola hay que trabajarse las horas para que el tedio no convierta el paraíso en un infierno no solo de calor.