Un día como demasiados de este julio febril sin tregua, la muerte del actor barcelonés José Sazatornil, Saza, nos recuerda a toda una generación de profesionales imprescindibles para evocar el panorama cinematográfico y teatral de la segunda mitad del siglo XX.

Poco a poco, a medida que adquieren la triste condición de difuntos tantos actores y actrices llenos de talento y oficio, vamos ampliando un nostálgico obituario de cómicos que nos hicieron más llevadero el prosaico argumento de la realidad cotidiana.

En lo que llevamos de años dos mil murieron los intérpretes inolvidables de un tiempo pasado que tal vez sí fue mejor en el terreno de la creación fílmica. Ya no están secundarios de lujo y protagonistas básicos de la ficción en blanco y negro y en color. Se fueron Paco Rabal y Luis Ciges y Agustín González y Fernando Fernán Gómez y Enma Penella y José Luis López Vázquez y Manuel Alexandre y Antonio Ozores y Florinda Chico y Toni Leblanc y Sancho Gracia y Juan Luis Galiardo y Carlos Larrañaga y Pepe Sancho y Alfredo Landa y Amparo Soler Leal y más que me dejo.

Fueron hombres y mujeres curtidos en comienzos meritorios de doble función y burda censura, animales escénicos habituados a las duras del teléfono en preocupante silencio y a las maduras del trabajo imparable con reconocimiento generalizado.

Fueron expertos tanto en la divulgación de alta literatura como en la elaboración meramente comercial de películas sin pretensiones. Fueron ejemplares en el misterioso arte de vaciarse en la otredad al servicio de una historia. Fueron singulares en la lealtad a una vocación más relacionada en su mentalidad con la destreza laboral del artesano que con las vanidades de la alfombra roja.

Cuando pienso en la maestría de un actor siempre me viene a la cabeza una escena tal vez insignificante de El apartamento , la película de Billy Wilder en la que Jack Lemmon interpreta a Baxter, un entrañable empleado de seguros.

Hay un momento de la historia en la que el hombre canturrea en la cocina mientras prepara un poco de pasta escurriéndola en una raqueta. No hay palabras. Sólo una desenvoltura genial que difumina la frontera entre actor y personaje de manera que tienes la sensación de estar delante de un trozo de vida maravillosamente real, la misma sensación que uno tiene muchas veces viendo a actores como el recién fallecido Saza. Trabajos como el suyo (El verdugo, La colmena, Espérame en el cielo, Amanece que no es poco, Todos a la cárcel -) nos ayudan a entender quiénes somos y de dónde venimos en clave patria.

Veo ahora un fragmento de La escopeta nacional (1978). Saza es Jaume Canivell, un industrial catalán interesado en hacer fortuna con un negocio de porterillos automáticos gracias al favor de un ministro. Una historia de chanchullo empresarial--político en una montería con marqueses y cura incluido. Menos mal que España ha evolucionado mucho y eso ya es cosa del pasado.

* Profesor