El príncipe Tomasi de Lampedusa escribió, a mediados del siglo pasado, una de las novelas con mayor éxito de la centuria, a lo que contribuyó la excelente traducción cinematográfica llevada a cabo por Luchino Visconti de El Gatopardo , obra que dejó para la historia una frase imperecedera, al confesar el protagonista, con lucidez y cinismo, la necesidad que existe de que algo cambie si queremos que todo siga igual. El aristócrata siciliano fue, también, aunque pocos lo consideren, un notable ensayista. A él debemos una certera recomendación expresada en términos autoritarios. Debería ser una obligación impuesta por el Estado escribir un diario o unas memorias, ya que "el material acumulado a lo largo de tres o cuatro generaciones alcanzaría un valor incalculable y muchos problemas psicológicos e históricos que asedian a la humanidad quedarían resueltos", pues tales obras encierran siempre valores sociales y pintorescos de primer orden. Francisco Solano Márquez Cruz acaba de dar la razón a Lampedusa con su último libro El resplandor de la inocencia , el más íntimo y personal de su granada bibliografía. Unos recuerdos infantiles, al principio cronológicos y luego temáticos que, con el conocido buen escribir del autor, su minuciosidad de monje cluniacense y su exhaustiva memoria, nos trasladan a un universo infantil donde las esperanzas, las realidades, los ensueños, las andanzas, los deseos, las sabias percepciones, la intuición a raudales y, en definitiva, el latido de la intrahistoria individual, dilatan las dimensiones de tiempo y lugar --la década de los 50 en Montilla--, para que revivamos, con resplandor y sutileza, unos años irrecuperables, que nos determinan, y para que, gracias a la palabra bien traída, podamos sentir, en carne viva, respirando, las remembranzas, los retornos y las reminiscencias de nuestra propia infancia.

* Escritor