Artur Mas ha declarado la guerra al Estado español que inevitablemente va a perder y creará enfrentamientos en la sociedad catalana. Para esta guerra total ha pretendido acudir a la diplomacia desde sus "embajadas" situadas en diferentes estados. También quiere gobernar una economía de doble moneda, el euro y la que emita su banco central. Se ha basado en la ideología de la "identidad" y por esa razón se presenta coaligada con izquierda republicana a unos comicios regionales que son un nuevo plebiscito a favor del independentismo. Sólo le falta la estrategia militar, cuyo fundamento dice estar en los mozos de escuadra.

Como estratega ha simulado los acontecimientos del mundo real con la máxima exactitud posible, consultando a instituciones europeas, rusas, chinas y saudíes. De este modo su guerra le parece lo más real posible. Indudablemente declarar unilateralmente la independencia de Cataluña hará inevitable la guerra con la Unión Europea, la imposibilidad de manejar el euro aparecerá y también el alejamiento de este club de estados de Occidente. Tras esa simulación él sabe que no podrá ganar la guerra. Las guerras reales nunca transcurren como el beligerante imagina y su simulación de un estado independiente es teoría inútil. ¿Cuenta con la resistencia de los independentistas y con su elevada moral junto a la confianza en la capacidad propia para seguir en la lucha?

Posiblemente Artur Mas se autoatribuya la singularidad metafísica obligada en toda mitología nacionalista. Quizás olvide que el resto de los catalanes que quieren seguir siendo españoles tienen también espíritu de defensa, resistencia, disciplina. Día a día ha ido preparando la guerra apoyándola con declaraciones belicosamente secesionistas, aunque no se sabe vencedor con un armamento repleto de "faroles". La labor diplomática de sus seudoembajadas no ha obtenido los resultados apetecidos fuera de la Unión Europea y menos aún cerca de nuestro presidente del Gobierno de España. Entre tanto, la movilización de las huestes independentistas ha ido en aumento, preparándose para el 27 de septiembre próximo.

Artur Mas intenta hacerse a la idea de la guerra y acude a la alianza con Ezquerra Republicana, sin tener confianza en la victoria. Aunque la posibilidad de ganar la guerra de la independencia es remota, Mas piensa que debe declararla. Mas se ha creído comandante supremo de las fuerzas catalanas, cuya misión es garantizar la supervivencia de Cataluña. La facción proguerra se ha afianzado tras la coalición con la izquierda republicana y Mas se ha convertido en prisionero de su propia belicosidad. Como impulsor ha fijado la fecha de 27 de septiembre y ha adquirido la dinámica propia de una guerra fratricida. Ha fijado el día del ataque y ya no puede retrasar el reloj. La independencia es para él difícil pero no imposible. Este truismo no contribuye a la paz, pues es un pronunciamiento vacío. Inicia una guerra para luego sacar tajada con el sillón de presidente. La consulta ilegal plebiscitaria requiere grandes dosis de autoengaño y de falsa contabilidad presupuestaria porque no le saldrán las cuentas de las pensiones de los jubilados ni las de las ayudas a los desempleados, pues son cifras incómodas que siempre se ignoran.

Mas sabe que cuanto más tarde en declarar la guerra para su persona será peor. Nada le ha hecho cambiar de idea. Ahora está al borde del abismo. Las fuerzas de la coalición independentistas no son conscientes de que entrar en esta guerra temeraria es un acto de egoísmo extremo y de incalculable daño a Cataluña. Su lema ha sido no limitarse a esperar el ataque del enemigo. A Mas se le hace difícil, a pesar de su arrogancia, ocultar su inseguridad. Su aliado de izquierdas decide ayudarle para hacer realidad lo imposible. Los dos piensan que quedarse de brazos cruzados es mancillar la deslumbrante historia de Cataluña. Están decididos a definir el destino mediante proclamación plebiscitaria aunque saben muy bien que no poseen el control último de ese destino. En el fondo ya se han absuelto de toda responsabilidad respecto de las consecuencias devastadoras de su tortuosa decisión.

Cuando se acerca el 27 de septiembre en Cataluña el autoengaño genera un sentimiento abrumador de autocompasión, ira contra los españoles, incongruencia de lanzar una guerra debido a la audacia de un jugador de nombre Artur Mas. España puede permitirse el lujo de librar esta guerra en tanto Mas usa, a través de su portavoz, un lenguaje agresivo de quien tiene una sensación ilusoria del poder y de valentía tras la ruptura con su antiguo socio Unió. El dirigente de Convergencia ha diseñado una estrategia destructiva teóricamente para maximizar las posibilidades de llegar a ser un estado-nación. Mas cree lo que desea creer. Busca autopreservarse y con estas elecciones salvar la cara. Será el responsable y no el pueblo catalán. El pueblo catalán será el argumento para eludir su responsabilidad.

* Catedrático emérito. Universidad de Córdoba