Escribo desde Palma de Mallorca, que está al completo de turistas españoles y extranjeros. La humedad del aire, altísima, me induce a sentir algo de nostalgia por el calor de Córdoba; más grados de temperatura allí pero más sensación de agobio térmico aquí. Mi viaje ha sido breve para asistir a un "acto social". No soy el veraneante que huye de los hábitos cotidianos: "Como la casa de uno no hay nada", dice después de haber sufrido algunos inconvenientes. Yo me alegro de que en el primer semestre de este año nos hayan visitado 29,2 millones de turistas extranjeros. "Traen divisas" se decía cuando la peseta era nuestra moneda. Traían dólares, marcos, libras esterlinas, etc. De estos turistas, la mayoría buscan el sol y se llevan la sorpresa de lo mucho que este año quema. Otros, sobre todo jóvenes, llegan atraídos por la "marcha". A ellos les atrae la luna, la noche, la algarabía, el alcohol. En Magaluf están intentando cambiar esta clase de veraneo. Las nuevas ordenanzas permiten expulsar de los hoteles a jóvenes turistas incívicos. La azaña de tirarse a la piscina desde la terraza, el célebre balconing , parece que está decayendo. Esta temporada se les entrega a la llegada al aeropuerto un tríptico donde se les advierte en sus respectivos idiomas de las consecuencias de no cumplir con la normativa. A los turistas normales les entregan un tríptico Turismo seguro . Un ejemplo de las muchas recomendaciones: "Cuando vaya a la playa lleve lo imprescindible". Yo he preferido la piscina del Hesperia Ciutat de Palma, un hotel muy tranquilo lejos de la algarabía.

* Periodista