Celebramos hoy la fiesta de Santiago Apóstol, el hijo del Zebedeo, el amigo del Señor, llamado junto al mar de Galilea, con su hermano Juan, con Pedro y Andrés, para hacerlos "pescadores de hombres". Unos años antes de su muerte, según la tradición, viene a España como primer heraldo del Evangelio, implantando en nuestra patria las primeras comunidades cristianas. Y la tradición compostelana nos dice que poco después de su martirio, los discípulos de Santiago trajeron su cuerpo a la península, sepultándolo en Compostela. Comienza entonces, el torrente de las peregrinaciones desde España y desde el continente europeo, labrando el camino de Santiago y dibujando el alma de Europa, que el Papa Juan Pablo II quiso despertar cuando lanzó aquel grito lleno de amor, en su visita a España: "Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes".Tales raíces estaban bajo el altar mayor de aquella catedral, en la tumba del Apóstol Patrono de España, a la que no han dejado de peregrinar, desde su hallazgo en los umbrales del siglo IX, las gentes de todos los lugares del viejo continente, aun de los más lejanos, buscando fortalecer el don precioso de la fe en Jesucristo, la fe que hizo "gloriosa tu historia --añadió Juan Pablo I con claridad meridiana-- y benéfica tu presencia en los demás continentes". El camino de Santiago sigue en boga. Recorrerlo, es, sin duda, aprendizaje y descubrimiento. Es toma de contacto con otras personas, con otras culturas. El camino es encuentro vivo con el paisaje, con la realidad, bajo un firmamento inmenso y universal. "No hay caminos maravillosos sino caminantes maravillados", nos decía el poeta. Y es cierto. Somos nosotros los que nos vamos transformando y acaso también nuestras ideas y sentimientos, mientras avanzamos con la mirada puesta en la meta final. El camino de Santiago es convocatoria permanente a la esperanza.

* Sacerdote y periodista