De entre todas las mediciones higiénicas, el estrés térmico es el que posiblemente se presta a una mayor subjetividad. Y no es que su instrumento de medición no sea preciso --un aparatejo que conjuga la temperatura de globo, la húmeda y la seca-- sino que el bochorno y las tiriteras ya se sabe que no afectan a todos por igual. Por ello, para vitaminizar el arcaico y sesentayochista grito de la imaginación al poder, e intentar aligerar la insoportable calorina de esta calma chicha, piensen en el polo flash más grande del universo conocido, un planeta cuya superficie es una fresquera con una media de doscientos veinte grados bajo cero. Pongamos que hablamos de Plutón.

No sé si los cálculos de los grandes logros astrofísicos se programan intencionadamente para el verano. Mismamente, hoy hace 46 años que un mundo de cabellos cardadísimos y nikis de colores atrevidos conociese ese paso gigante de la Humanidad: la luna a tiro de piedra y muchos municipios de la provincia aún pendientes de los abrevaderos. El verano, que está monopolizado por los norhemisféricos, también anunció los novillos de las sondas Voyager escapándose de las convenciones del Sistema Solar. Y ahora, la sonda New Horizons se ha arrimado a porta gayola para fotografiar como nunca antes al planeta degradado; un planeta que en el momento del despegue del satélite jugaba en la Championship y en el presente milita en la liga de los planetas enanos. Puritas convenciones que no le hacen perder su encanto.

La New Horizons partió hacia los cielos en el 2006. Los terrícolas no dominamos los años luz, pero 9 años de los actuales dan para mucho. Supongo que fuimos campeones del mundo mientras este ingenio driblaba el cinturón de asteroides. Un presidente negro en la Casa Blanca y en Washington ya es oficialmente posible cantar el Guantanamera. ¡Que cosas!

Pero lo más sorprendente es el peaje del satélite. En los albores de los años 30, Clyde Tombaugh era un joven imberbe con cierto parecido al cómico Harold Lloyd que en lugar de esforzarse por superar la reconversión del cine mudo, tuvo la osadía de descubrir planetas. Un proyecto de tal envergadura no es el prototípico ejemplo de coger el coche no más decir ¿a qué no hay huevos de ir hasta Plutón? Así que el señor Tombaugh, muerto en 1997, tuvo tiempo de departir con los ingenieros de la NASA e ilusionarse con el viaje hacia su criatura celestial, sin saber que sus cenizas tendrían un camarote de primera. A esa escala mortal de los humanos, mr. Tombaugh podría sentirse Buck Rogers, el aventurero espacial cuyas tiras se editaron a finales de los años 20. Tombaugh se lleva a las estrellas el espíritu de una época de hedonismo, jactancia, audacia e ilusión; los años de los últimos aventureros, del contrapoder de los hermanos Marx, del Anything goes de Cole Porter y la edad de oro de mi adorado claqué. También aquí se prometía feliz una década que comenzó por comerse a una dictablanda. Claro que todo lo jodió una guerra.

El franquismo luego hizo buenas migas con los norteamericanos, pero ese planeta era sentimentalmente suyo y nunca le consentirían a los acólitos del ferrolano actualizarse a la modernidad con un "Plutón y cierra España".

* Abogado