Ahora, cuarenta años más tarde, Julio Merino extrae del baúl ya polvoriento una obra teatral en dos actos escrita en 1974 y cuya lectura dramática se desarrolla en el Círculo de la Amistad. Es algo bien sabido que Julio Merino siente especial atracción por destacadas figuras históricas --Séneca, el Gran Capitán, Vittoria Colonna...-- a las que ha modelado literariamente bajo el género teatral o novelístico. Cada una de estas figuras presentará siempre un par de rasgos caracterizadores que la perfila, define y acaba fijando todo el andamiaje de la obra. En Napoleón son el ansia de gloria --tan unida a la Fortuna-- y el deseo de perpetuarse él y el bonapartismo.

Julio sitúa la acción en el infierno de Santa Elena y nos presenta un Napoleón poliédrico, debatido entre el no ser de su cuerpo ya físicamente roto y el ser de un pasado irreversible de fama y honores que su mente se empeña en seguir alimentando. En los cinco años y medio en Santa Elena el emperador de los franceses vive a solas con sus recuerdos, se resiste a dar cobijo en su aislamiento al vanitas vanitatum del Eclesiastés o a la ceremonial frase de las coronaciones papales "sic transit gloria mundi" ("así pasa la gloria de mundo").

El símbolo de esta disyunción no puede ser más gráfico: el caballo. El caballo de madera sobre el que Napoleón torpemente se balancea en el presente se enfrenta al caballo glorioso que recorriera en el pasado millas y millas en las campañas de Italia, en Marengo, en Egipto, en Moscú y en Austerlicht. "Sic transit gloria mundi" le repite también con voz machacona el personaje del "Otro", es decir, su propia conciencia, y es el mundo quien pone finalmente freno a un hombre de ambición tan desmedida.

El deseo de perpetuidad, el otro rasgo definitorio, nace de las entrañas mismas del ser humano, pero aún más del ser humano Napoleón, que se sabe genio y francés, estadista y "padre de la patria", mimado por su pueblo y por el Destino, realista con los realistas y republicano con los republicanos.

Desde la perspectiva del tiempo, Julio Merino ha sabido explotar la capacidad teatral del personaje, acotando el marco temporal en esos "últimos días de Santa Elena" que tan fructíferos fueron para la Historia.

Antonio Avilés

Córdoba