Días antes de la convocatoria del referéndum griego, se filtró la noticia de que el general Obama había llamado a la coronela Merker para decirle, cuidando que lo oyera el sargento Tsipras, que el asunto del rescate había que arreglarlo porque él lo quería, la OTAN lo necesitaba y debían evitarse los coqueteos con Rusia. A partir de ahí, hemos asistido, en la patria donde nació el teatro, a una representación que parecía el puro esperpento desarrollado en varios actos y numerosas escenas. Abandono unilateral de la negociación por los griegos cabreados. Convocatoria de la consulta electoral. Pregunta galimatías para que el no pudiera dar un palmetazo a los socios arrogantes. Aumento de la popularidad del gobierno, pese a instalar un corralito con molestias internas y éxodo de turistas. Luego, el éxito en las urnas de la tramoya, porque los pueblos tienen esas reacciones --ya pasó en Andalucía, hace tres décadas, con la preguntita de UCD--, si se sienten maltratados. A renglón seguido, dimisión del ministro de la moto que soliviantaba a los colegas del Norte. Después, algunas partes negociadoras rebajaban el tono de sus discursos excluyentes, sin que Rajoy se enterara. A continuación, recogían velas, alejaban la salida del selecto club del euro y, como corresponde, subían las bolsas. Hasta horas antes de la fecha límite para conseguir el acuerdo, ni tirios ni troyanos dieron su brazo a torcer, pero ya empezaban a oírse bellas palabras, como solidaridad y cooperación. Según los más certeros críticos teatrales, el nuevo plan escenificado la madrugada del lunes a la Luna, es peor al rechazado el día del rabotazo que produjo el referéndum. Al pueblo griego, tal se suponía, dada la montaña de las trampas, no le espera, precisamente, otro siglo de Pericles. Tal vez, todo lo contrario. Pero Obama ya duerme tranquilo. Qué triste Europa.

* Escritor