De qué sirve perder a los amigos, la tierra y la familia. De qué sirve morir. Es lo que nos plantea Félix Martínez Sanz, el alcalde de Selas, en una carta abierta, diez años después del incendio del 16 de julio de 2005, que costó la vida de 11 agentes forestales. El fuego de Guadalajara arrasó 16.000 hectáreas de alto valor ecológico y se llevó por delante aquellas 11 vidas, con la sensación indignante y atroz de que su sacrificio sería estéril. El desperdicio de aquellas 11 biografías no significó nada para un poder político entregado a la pasividad, que sólo reacciona en elecciones, o al poder económico. Porque diez años después, el terreno quemado continúa siendo la herencia de aquel páramo humeante, y nuevas chispas siguen amenazando la paz superviviente.

El comienzo fue el de siempre: la barbacoa de unos excursionistas en la Riba de Saelices, un descuido y el drama. Hasta para pasear por el campo --y más en nuestro julio infernal-- hacen falta unos mínimos mentales. Cada vez que una noticia inflama la pantalla del televisor y aparecen las palabras "excursionistas" y "barbacoa", dan ganas de coger a los excursionistas por un lado, y a la barbacoa por otro, y ensamblarlos, soldarlos, unirlos en el mismo golpe seco, duro y definitivo de justicia poética, porque nunca la estupidez causará tanto daño y tanto dolor como en estos incendios veraniegos.

Félix Martínez Sanz, alcalde popular de Selas, participó como voluntario en la extinción de aquel incendio. Allí se dejó las manos, literalmente, entre ampollas y negra ceniza vegetal, y perdió a varios amigos, la tierra y la familia de una vida ancestral entre pinos solares. Pero vivió para recordarnos, diez años después, los nombres de sus amigos caídos: Marcos, Pedro, Sergio, José, Julio, Mercedes, Jesús Angel, Alberto, Jorge César, Manuel y Luis. También los pueblos asolados, ennegrecidos por la desesperanza que los enterró: Ablanque, Anquela, Ciruelos, Cobeta, La Riba, Luzón, Mazarete, Santa María del Espino, Tobillos, Villarejo, Selas... Denuncia la desidia, la desaparición de todas las especies: "Los tejos centenarios del Valle de los Milagros, los tejos rupícolas de la Hoz de Rata o las sabinas negrales del Barranco del Hocino", así como "los serbales, los arces de Montpellier o las inmensas capas de sotobosque". Tampoco queda ninguna variedad de helechos, pinos rodenos y albares, la mayoría centenarios. Una herencia de siglos, convertida en erial. Todo un universo masacrado.

Según Félix Martínez Sanz, nadie ha denunciado "la desaparición de halcones peregrinos, alimoches, águilas reales, águilas culebreras, azores, gavilanes y otras aves, principalmente paseriformes. Nadie dijo nada del paradero de una decena de águilas que en la madrugada del 19 de julio volaron sin control por encima de la inmensa capa de humo que cubría el incendio". Cito textualmente, porque no hay mayor potencia lírica que este testimonio acumulativo: la riqueza que nos fue legada, para ser protegida hasta el futuro. Todo un mundo roto y abolido por el egoísmo, la temeridad y la estulticia.

O quizá la maldad, porque en estas cosas, como en todo ya, es difícil creer en la inocencia de las circunstancias. La tierra reaccionó por sí misma y comenzó su recuperación, pero las máquinas se encargaron de talar el pinar primerizo que brotó de las semillas de las piñas supervivientes, el grito silencioso del pino rodeno. No se ha invertido nada en su replantación y el viejo valle fértil es ahora un páramo desierto. Zapatero lo declaró zona catastrófica, y la segunda catástrofe fue la definitiva parálisis de cualquier ayuda, renovación, estímulo, de una tierra herida en su vientre más puro.

Pero los especuladores pueden respirar tranquilos. El Gobierno del PP acaba de aprobar, con su habitual alevosía veraniega, la reforma de la Ley de Montes, con la que las autonomías podrán recalificar zonas forestales quemadas "cuando concurran razones imperiosas de interés público de primer orden". O sea, cuando les convenga, a ellos o a sus patrocinadores. Mientras, como un recordatorio vuelto quemadura del espíritu, nuevos incendios en Granada, Jaén, Castellón, Huesca... Y Guadalajara. Gracias al Gobierno, saldrá rentable quemar zonas forestales protegidas, porque después se recalificarán y se convertirán en terreno construible. Quién va a defendernos ahora de las llamas, si esta ley puede hacer, de todo nuestro país, un gran secarral urbanizable.

* Escritor