A no ser el autor del Cantar de Mio Cid, los desconocidos poetas del romancero del siglo XIV al XVI o algunas obras clásicas de la historia de la literatura y de las religiones el resto de escritos anónimos destila un cierto matiz peyorativo. Con la irresistible ascensión a los cielos de la actualidad de los periódicos digitales con acompañamiento de comentarios sin firma el anónimo se ha revelado como lo que de él dice el diccionario: una especie de carta o nota sin nombre con contenido ofensivo o amenazante. Produce casi miedo leer los encendidos comentarios de quienes siendo apóstoles de una causa no admiten, con argumentación tranquila, el pensamiento del otro. Las tertulias de los programas rosas de la tele se ponen como ejemplo de esta nueva manera de comunicación que ha irrumpido con fuerza en este tiempo de aparatos y progreso del siglo XXI. Espacios en los que el lenguaje se pronuncia con la espontaneidad del que no dedica ni un segundo a la construcción de frases con lógica entendible y con términos no ofensivos. Lo malsonante y las palabras gruesas, lo primero que acude a nuestra boca cuando nos comportamos de manera irracional, es lo habitual en esta diaria escuela vespertina donde la audiencia, al parecer, lo justifica todo. Las tertulias, es un decir, de deportes son también un ejemplo de esta manera de comunicar por la televisión que más que informar azuzan a participantes y telespectadores a comportarse como ultras obsesos y no como ilustrados discrepantes de una u otra manera de ver el fútbol. El tercer grado de esta contemporánea manera de comunicación no se da en las televisiones --donde, al menos, al autor de los desaguisados de pensamiento y palabra se le ve-- sino en la soledad del escritorio, en la mesa de la oficina o en mitad de la algarabía, donde las pantallas, de ordenador o de móvil, no tienen límites. Es cuando la ira contra el pensamiento del otro te revuelve el estómago, te salen espumarajos por la boca, recurres a términos propios de la intransigencia, la intolerancia y el fanatismo y, de manera anónima, envías tu comentario a la edición digital del periódico.

Normalmente muchos de los autores de estas críticas ofensivas ni han leído el artículo en cuestión, simplemente han intuido el tema tras el titular y se han lanzado a la batalla, a la sangre, que es lo que les va. El crucifijo, el San Rafael del Ayuntamiento, el aterrizaje en Bruselas del asunto de la inmatriculación de la Mezquita y el borrado de su nombre es últimamente el trending topic de estas batallas cruentas --porque hacen daño-- sin firma de autor.