Hace cinco años Bill y Melinda Gates y Warren Buffet convocaron a todas las grandes fortunas del mundo para que se comprometieran públicamente a donar más de la mitad de su riqueza a la filantropía o a causas benéficas, en vida o después de su muerte, en lo que se denominó the giving pledge . El número de donantes que se han adherido ha crecido desde una cifra inicial de 40 a 137, repartidos en 14 países diferentes y las donaciones superan ya los 600 billones de dólares. Este llamamiento trataba de provocar una reacción global y pública de una parte privilegiada de la sociedad mundial, para que contribuyera a la solución de problemas también globales. En 2006, Warren Buffet se comprometió a donar gran parte de sus activos a la fundación de Gates, lo que supuso un reconocimiento a su profesionalización, eficacia en la gestión e impacto social. Ambas alianzas entre millonarios visibilizaban cambios importantes en el sector filantrópico, en el que se gestaba el denominado "filantrocapitalismo".

El término fue acuñado por un editor de The Economist , refiriéndose a una nueva forma de filantropía mediante la que se gestionan patrimonios privados para la consecución de fines de interés general, siguiendo criterios por lo que se mueve el mundo de los negocios como es la profesionalización, la intervención de consejeros, rendición de cuentas, transparencia, rentabilidad en las inversiones, para conseguir un mayor beneficio social. Se incluye como una de sus manifestaciones, la denominada filantropía del capital riesgo. Se ha creado una nueva generación de filántropos empresarios, que tratan de aportar su experiencia empresarial para resolver los problemas del mundo. El debate que ha generado el auge del filantrocapitalismo no se ha hecho esperar. Hay quien lo mira con escepticismo al considerar que supone trasladar un modelo plagado de vicios y limitaciones causante de severas crisis económicas. Se ha reabierto el debate clásico sobre el papel del Estado y la sociedad civil en la satisfacción de necesidades sociales y la redistribución de la renta. ¿Pueden ser los estados los únicos sujetos que solucionen los problemas globales sanitarios, medioambientales, de protección de derechos humanos?

Junto con la superación del concepto de Estado de manos de la globalización, estamos asistiendo a una transformación de los modelos estereotipados con los que hemos vivido desde hace muchos años y que han incluido a personas físicas y empresas a entes públicos y privados en compartimentos estancos. Estamos asistiendo a un proceso de superación de viejas dicotomías, que, como ocurre con todos los procesos, tiene altibajos y que difícilmente puede atisbarse sin tomar la distancia suficiente. Se están desdibujando las líneas divisorias que han clasificado a quienes persiguen o no ánimo de lucro y a lo público y a lo privado.

Pecando de simplificar la realidad e incluso de caricaturizarla, me atrevo a decir que estas líneas divisorias nos han llevado a percibir la empresa como instrumento para el exclusivo beneficio de sus accionistas, a las fundaciones como entidades que debían ser débiles, que debían quedar al margen de las ventajas de competir en el mercado. Se ha percibido al Estado como el único garante de los intereses generales, como estructura de contención de la acción privada, que se ha identificado como acción "egoísta".

Pero muchas cosas están cambiando. Asistimos a la consolidación de la preocupación por la responsabilidad social de las empresas, al nacimiento de las denominadas empresas sociales en las que se comparte el beneficio económico, entre los fines de interés social y los accionistas. Cada vez son más las fundaciones operativas que consiguen el cumplimiento de sus fines mediante el desarrollo de actividades económicas y se amplían las colaboraciones público-privadas para hacer frente a proyectos de envergadura para la sociedad.

Sin lugar a dudas, el Estado del bienestar no es solo un logro de los estados y su continuidad tampoco es solo una obligación de estos. Estados y sociedad civil tienen que ir de la mano, no pueden percibirse como enemigos ni competidores, se necesitan y están destinados a entenderse. En el siglo XIX, Concepción Arenal, en su obra La beneficencia, la filantropía y la caridad , definía la beneficencia como la compasión oficial, la filantropía como la compasión filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad y la conciencia de su dignidad y de su derecho y, la caridad como la compasión cristiana; advertía de la necesaria colaboración entre el Estado y la sociedad. Afirmaba, "el Estado, aislándose de la caridad privada, no puede auxiliar debidamente ni el cuerpo del menesteroso ni su alma. El filósofo ve en la caridad un elemento de bienestar, el político un elemento de orden, el artista un tipo de belleza, el creyente la sublime expresión de la voluntad de Dios".

* Profesora de Derecho de la

Universidad Loyola Andalucía