Decía la antropóloga Margaret Mead que "un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos pueden cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han logrado". La doctora Mead se refería a los grandes cambios que ha experimentado nuestra sociedad, cambios sin los cuales hoy no seríamos lo que llamamos Sociedad del Bienestar.

2015 va a representar un año sin precedentes desde los inicios de la democracia. La sociedad civil se está organizando en nuevas formaciones políticas con la determinación de cambiar aquello que no son capaces, o no desean cambiar, las estructuras de los viejos partidos. Y, en ese contexto, llama la atención que pocos ojos se hayan fijado en el fondo de esta tendencia, focalizando el interés en los líderes, las formaciones y los mensajes. Si bien pocas líneas se han escrito sobre el proceso de transformación social que está vertebrando de nuevo a la ciudadanía en torno a la actividad política.

La ciudadanía, la gente corriente ha dicho ¡basta ya! a una forma de hacer política; ¡basta ya! a una manera de gestionar lo público; ¡basta ya! a una realidad que no responde a las necesidades e intereses de la mayoría. Y, por ese motivo, ha dicho ¡basta ya! al monopolio del bipartidismo, que nos somete a unas prácticas por las que el interés de los partidos prima sobre el interés general. La ciudadanía reclama que el deficiente y desacreditado modelo de democracia representativa --por el cual sólo se elige a las elites políticas, reduciendo la participación al voto cada cuatro años--, sea sustituido por una democracia más participativa y deliberativa.

En ese trasfondo, el sistema político vive una profunda crisis de legitimidad, una crisis a la que no escapa el propio funcionamiento de las instituciones públicas. En el caso de los partidos, sus estructuras son rígidas y monolíticas, la reproducción de la clase política tiene lugar mediante la elección arbitraria de sus elites, los procesos de decisión son cerrados a la ciudadanía. Y por ese motivo, han sido las generaciones más jóvenes y los ciudadanos corrientes los que han tenido que tomar las riendas del cambio, quienes están liderando la regeneración política de nuestro país. Y ese proceso no puede lograrse sin desplazar a los partidos políticos tradicionales de los ámbitos de decisión.

Las formaciones políticas emergentes y agrupaciones de electores que han concurrido en las pasadas elecciones son un reflejo de este proceso de cambio. Representan una apuesta ciudadana por dignificar el papel de la democracia en la vida política. Representan el modo en que la ciudadanía pretende hacer de las instituciones un instrumento dirigido a dar respuesta a los problemas que les afectan más directamente. Y, en la práctica, hasta ahora ya han venido demostrando su efectividad, pues tanto sus programas, sus listas electorales y las campañas desarrolladas, son el resultado de amplios procesos participativos de consenso social. Una efectividad difícilmente cuestionable, si valoramos su éxito electoral. Y, por tanto, un indicador claro de lo que reclama la gente.

Los resultados electorales de los procesos que han tenido lugar el pasado 22 de marzo y el 24 de mayo así lo han confirmado. PSOE, PP e IU siguen perdiendo peso en el tablero político frente a las nuevas formaciones. Y en dicho tablero las iniciativas ciudadanas (Ganemos, Ahora Madrid, Barcelona en Comú, Por Cádiz Sí se Puede, Ganemos Zaragoza, Marea Atlántica o Comprimís, etc.) en las que se integran Podemos, EQUO, STOP Desahucios, y otros muchos colectivos y movimientos sociales, han desbancado de algunas de las principales plazas públicas a los viejos partidos.

Cualquier lectura de estos resultados electorales ha de realizarse desde este análisis. Tan importante es tenerlo en consideración para comprender los fundamentos del escenario político que experimentamos, cuanto para emprender el proceso de modernización al que se encuentran abocados los partidos políticos que aspiren a tener presencia y liderazgo en el futuro. Y es que en este año 2015 la ciudadanía es la que decide, por una vez desde hace tiempo, no sólo el futuro de quienes han de representarla en las instituciones públicas, sino también el modelo de democracia que articule el funcionamiento del sistema político e institucional de nuestro país. El mensaje es claro: "sin participación no hay democracia, sin la ciudadanía no hay cambio posible".

*Diputado de Podemos en el Parlamento Andaluz por Córdoba