Benet era un hombre que hablaba con una convicción interna que, seguramente, ocultaba muchas dudas. He oído hablar de ese modo a muy poca gente. Se expresaba con transparencia y una familiaridad que hace algo natural la intimidad. Era como si sintiese la necesidad de concentrar en muy pocas palabras toda una serie de reflexiones, de vivencias intelectuales y emotivas, y, al mismo tiempo, la necesidad de romper, aunque fuera por unos momentos, la soledad con la que cada cual hemos debido forjar nuestro mundo de ideas y creencias. Había en su forma de hablar mucha timidez. Y una clara voluntad de seducción tal vez. Cuando abrimos alguno de sus libros se hace patente la necesidad de hacerse entender, el hecho de buscar la calidad, la originalidad y la deferencia a fin de llevarte a su terreno, aunque solo sea para luego poder discutir a conciencia.

En nuestras conversaciones, durante aquel fin de semana intenso, sus ojos me escrutaban profundamente mientras yo hablaba. Daba la impresión de que, aparte la información o el punto de vista que pudieras darle, le interesaba el interlocutor y su interpretación de lo que contaba. En cierto momento, reflexionó sobre ciertos problemas de identidad que no son sino manifestaciones de nuestra soledad y, en definitiva, de la construcción de nuestra personalidad. Era un tema que le interesaba profundamente. Es duro no conocerse. "No nos conocemos a nosotros mismos porque no tenemos una identidad única y estable, aunque la busquemos. Nos pasamos la vida buscando nuestra personalidad y, si la buscamos, es porque aún no la tenemos". Hay muchos desconocidos en cada uno de nosotros: nuestro cuerpo, lo que nos imaginamos ser, lo que surge de nuestros sueños o lo que, de pronto, brota de un instante privilegiado, el amor, la amistad, una pasión determinada, una conversación, una relación.

La identidad no existe, decía, se esconde o es tan oscura que nunca la descubriremos. Yo me quedaba escuchando, grabando sus palabras para poder pensar después. Y me daba cuenta de que todo aquello que decía tenía mucho que ver con la poesía, con la literatura, con la vida. Porque en todo cuanto hablaba no hacía más que desnudarse. Desnudarse con esa clase de provocación propia de los tímidos. Se lo comenté. Y me dijo: somos tímidos también porque estamos solos, porque la comunicación es difícil, no podemos comunicarnos con otras personas sin antes habernos comunicado con ese "otro" que también somos". Y recuerdo su gesto burlón, tan inteligente, al decirlo. Juan Benet.

* Profesor de Literatura