Culto pero no pedante; cortés pero no ceremonioso; rural pero no rústico. Estas ideas elaboradas por Horacio en su granja de la Sabina, destinadas a responder a un amigo que le pedía consejos para la buena educación de su hijo, pueden aplicarse a cualquier persona que busque la elegancia interior por encima de todas las cosas. Hay que ser divertidos, pero no superficiales; escépticos pero no cínicos; irreductibles pero no implacables; firmes pero no duros. Estas ideas no se han movido en más de dos mil años y aún hoy pueden servir de eje de acero para quienes quieran y puedan mantenerse en ese espacio. Pienso en ello al comprobar que en este momento quedan muchos de ellos entre nosotros. Que gracias a ellos este país sigue siendo habitable. Aunque parezca que están fuera del mundo, que son personas inactuales, o sabios despistados, un poco antiguos porque no están de moda y son los últimos pilares que sustentan una sociedad llena de sujetos cuyo poder va infinitamente más allá que su entidad y su elegancia moral.

Rescataba estas notas sobre Horacio, el poeta latino más reflexivo, para recuperar al hombre que hablaba, por ejemplo, de los maestros como de aquellos seres que tenían el privilegio de haber recibido uno de los regalos más importantes que te puede ofrecer la vida; poder conocer a personas nuevas y diferentes cada año. "Y, entre todas ellas, a veces solo con una mirada distinguir a aquellas que serán ya para siempre dignas de nuestro respeto". Quinto Horacio Flaco tuvo oportunidad, gracias a sus padres, de seguir estudios en Roma, y posteriormente, siendo aún muy joven, en Atenas, adonde se trasladó para estudiar griego y filosofía en la Academia.

A nosotros nos llegó su legado especialmente a partir del Renacimiento y a través de poetas esenciales en nuestra literatura como Garcilaso o Fray Luis de León. Suya es la plasmación del Carpe diem , o la invitación a gozar de la juventud, a vivir el día; y también el elogio de una vida retirada, o Beatus ille . Precisamente ya en su madurez, recomendaba: "Cuando estés triste, finge que eres feliz. No es tan difícil". Supongo que quería decir: a pesar de todo, sonríe. Pero a veces cuesta. Porque, ¿hay que ser fuertes, coherentes, maduros, perfectos siempre? Vuelvo a Horacio y, en su nombre, hoy reivindico el error, la posibilidad de no lograr conciliar el sueño a causa de algo que ha ocurrido, o de sentirnos mal por lo que sucede a alguien que queremos. El acto más soberbio del ser humano es la conquista de la "madurez"; nosotros somos frágiles, vulnerables, humanos, y la vida es azarosa, imperfecta, efímera. Seamos reflexivos, reclamemos por un instante la no madurez.

Un día sin una sonrisa es un día perdido.

* Profesor de Literatura