La catástrofe aérea de la compañía Germanwings, en la que murieron 150 personas, fue relacionada de forma inmediata con los antecedentes depresivos del piloto Andreas Lubitz, que dejó estrellar el avión en los Alpes. Más recientemente, el apuñalamiento mortal a un profesor de un instituto de Barcelona se atribuyó a un brote psicótico del alumno agresor. Ambos episodios han tenido un impacto demoledor para las personas con trastornos mentales que se ven envueltas otra vez en las crónicas de sucesos, lo que engorda si cabe más los estigmas sociales que sobre ellos recaen.

Todas las estadísticas desmienten con rotundidad la relación entre problema mental y criminalidad. Ni violentas ni imprevisibles ni incapaces de trabajar o asumir responsabilidades, las personas con algún tipo de dolencia psíquica arrastran rancias lacras del imaginario colectivo, mientras se ven obligadas a afrontar una doble lucha: contra su enfermedad y contra esos prejuicios, infundados pero arraigados, que las rodean. Pese a las campañas de sensibilización para desactivar esos tabús, los afectados no encuentran todavía el momento de poder normalizarse socialmente. Los cálculos indican que el 15% de los españoles sufrirán una crisis mental que, de seguir el secretismo actual, deberán soportar en silencio. Frente al injustificado miedo y los falsos prejuicios, debemos exigirnos solidaridad para que un día puedan salir del armario y no sentirse discriminados. El desafío es colectivo.