Después de años de restricción (o desaparición) del crédito, empieza a vislumbrarse un cambio de ciclo. A lo largo de la crisis se ha comparado el efecto de la falta de crédito sobre la economía con la de riego sanguíneo en el cuerpo humano. Si no fluye, no hay vida. El crédito como concepto se basa en la confianza de dos partes en el futuro. Quien lo pide apuesta por un proyecto que le permitirá crecer y devolver con intereses lo prestado, y quien lo da cree que ganará dinero con el éxito de quien lo pide. Las dos patas se hundieron en el 2008. Ahora, los resultados trimestrales que está presentando la banca indican que las cosas están cambiando. Se confirma la recuperación (ahí están las previsiones de crecimiento por encima del 2,5% en España) que ya llega a la economía productiva, y no solo a la financiera. El saldo crediticio aún es negativo porque son más numerosos los créditos que se amortizan que los que se dan, pero a finales de este año o principios del próximo los datos absolutos ya cambiarán. La mayor disponibilidad de dinero no es ajena tampoco a la política de expansión monetaria del BCE, que inyecta dinero a las entidades bancarias a un interés bajísimo, para que estas a su vez se animen a prestar, si bien advirtiendo que no lo hagan con la alegría de otros tiempos. Precisamente ahí está el peligro, pues con intereses bajos la tentación puede ser aumentar la oferta, y no podemos correr el riesgo de volver a las andadas, a la burbuja que tanto daño ha causado. La recuperación solo será un hecho si crecemos sobre bases distintas, sólidas.