En 1845 Frédéric Bastiat, un jurista francés, escribió Las peticiones de los fabricantes de velas . Un grupo de empresarios deseaba eliminar la competencia exterior y reservar el mercado francés para la industria nacional. Argumentaban que el país estaba sometido a una competencia extranjera que estaba inundando el mercado y arruinando la industria nacional provocando el estancamiento de la economía. Clamaban que el rival había iniciado una guerra de precios apoyado por la pérfida Albión. Nosotros, decían, queremos que el Parlamento apruebe una ley que obligue a cerrar todas las ventanas, claraboyas, tragaluces, buhardillas, ojos de buey. Hay que cerrar agujeros, hendiduras, fisuras para que la luz del sol no pueda entrar por ellas, porque el sol es el mayor competidor de nuestra industria de fabricación de velas. Si se impide el acceso a la luz del sol y se crea una demanda para la luz artificial nuestras industrias invertirán en la producción de velas. Cuanto más sebo se consuma más y más bueyes y carneros se necesitarán. Se multiplicarán las praderas artificiales y crecerá la producción de carnes, lanas, pieles y estiércol que son el fundamento de la riqueza agraria. Se empezará a consumir aceite y consecuentemente se extenderán los cultivos de amapolas, colza y olivar. Miles de barcos empezarán a cazar ballenas y además de su grasa para las velas tendremos enorme capacidad en Francia para defendernos y eso se lo deberemos a los fabricantes de velas. No nos podrán decir que solo ganarán los empresarios y que Francia perderá.

La lucha se plantea entre consumidores que están interesados en que la luz natural fluya en toda Francia y los productores de luz artificial que desean que se prohíba la luz natural que es muy barata. Sin embargo, se olvida que productores y consumidores son los mismos. Si gana el fabricante de velas, tras la prohibición, gana el agricultor y ganadero y si la ganadería prospera avanzará toda la industria, dado que el monopolio de fabricación de luz artificial durante el día nos hará adquirir más sebo, aceites, resinas, carbón, cera, alcohol para nuestras fábricas, lo que hará más ricos a nuestros proveedores y, a través del consumo, crecerá toda la economía.

La lógica de esta propuesta es levantar murallas alrededor del país y prohibir la importación y exportación de bienes, olvidando que se puede lograr más empleo permitiendo el comercio exterior, lo que no se ha logrado en España hasta muchos años después de entrar en la UE. Desde David Ricardo (1772-1823) sabemos que el comercio internacional se fundamenta en las ventajas comparativas.

Ricardo, de origen judío sefardí portugués, fue defensor del libre comercio tras su gran experiencia como terrateniente y en bolsa, además de en el Parlamento, Escribió a partir de 1817 su gran teoría sobre el valor del trabajo en la distribución y el valor de cambio. Treinta años después de Ricardo el jurista francés Bastiat defendió el comercio exterior con la jocosa fábula del ultra proteccionismo, solicitado por los fabricantes de velas, que pedían a los políticos impedir que la luz del sol entrara en las casas para así poder fomentar el bienestar nacional. Francia era entonces vivo ejemplo de proteccionismo frente a Inglaterra.

El proteccionismo supone pagar más por lo que compramos y usar recursos para producir bienes que en otro lugar se consiguen a menor precio. Pagar más de lo necesario y consumir más recursos de los necesarios no tiene sentido, como sería locura renunciar a la luz del sol que es gratuita y pagar por consumir luz artificial durante el día.

Se han abolido las cuotas de producción de leche que obligadamente habían de adquirir las fábricas de higienización. Ahora Covap se verá obligada a hacer un análisis de eficiencia de sus socios ganaderos y asesorarles para poder producir a precios europeos y mejorar la eficiencia en el uso de los recursos, puesto que la cuota era el último recurso que le quedaba al proteccionismo lácteo desde que en 1986 nos adherimos a la Unión Europea.

* Catedrático Emérito de la

Universidad de Córdoba