Es legendaria la explicación que dio Juan Rulfo cuando le preguntaron por qué había decidido escribir su grandísima novela, Pedro Páramo: "Busqué en la estantería un libro que ansiaba leer y no lo hallé". Lo dijo de muchas formas, y esa fue una de ellas. Julio Cortázar explica en las primeras páginas de Rayuela que escribir es una manera imprescindible de vivir. Hemingway tenía siempre a punto su ración de clásicos para leer, para releer, desde Proust a Joyce y Quevedo: "Siempre estoy leyendo libros, no haría otra cosa", decía. Faulkner leía El Quijote, todos los años, "como algunos leen la Biblia; simplemente leo un pasaje, o algo sobre un personaje, del mismo modo que me encontraría con algún buen amigo para conversar unos minutos". Borges, para quien, como es sabido, uno no es lo que es por lo que ha escrito, sino por lo que ha leído, en alguna ocasión comentó: "El libro, ese instrumento sin el cual no puedo imaginar mi vida, y que no es menos íntimo para mí que las manos o los ojos, es una extensión de la memoria y de la imaginación".

Los escritores son lectores que escriben. Y los lectores son luego sus cómplices, los "semejantes", de los que hablaba Baudelaire. Y ello solo es posible gracias al libro, a ese puente maravilloso que nos permite trasladarnos desde el alma de un hombre hasta otro hombre, aventurarse en el territorio incierto de la duda y lo desconocido, como acaba de pronunciar maravillosamente Juan Goytisolo. Durante muchos años he podido ejercer mi vocación de profesor, y lo que he querido transmitir sobre todo a mis alumnos, es el amor a la lectura. Lo esencial es que lean, que lean las mejores obras de literatura. Y que aprendan a leerlas no como textos cerrados, sino abiertos a múltiples significados. Que cada uno aprenda a pensar por sí mismo y no se dejen seducir por la comodidad ni los múltiples reclamos, que no se dejen intimidar ni siquiera por la autoridad.

Vivimos unos momentos peligrosos, se ha ido extendiendo un sistema una de cuyas formas de dominación es llevarnos hacia la trivialidad, poniendo en decadencia los valores de una sociedad que vive envenenada de corrupción y trivialidades. La verdadera cultura es el espacio donde se ventila la vida y la resignación no es el camino. Cada uno debe adquirir su propio compromiso acercándose a la lectura, que es siempre memoria, diálogo y luz. Porque la función esencial de los seres humanos, nos dice el profesor Lledó, es nutrir su inteligencia, y para hacerlo lo más importante es el lenguaje. Leer es romper con la monotonía de nuestro propio discurso, tan empobrecido a veces, llenar de aire nuevo la mente con todas las buenas obras que se han escrito. La literatura es la verdadera joya de la humanidad.

* Profesor de Literatura