La mensajería instantánea WhatsApp es el retorno a lo básico de la comunicación, a ese estadio en el que lo que se pregunta al otro es un simple tanteo sin meterse en profundidades. Su traducción al castellano sería "¿qué hay?", ¿qué pasa?", "¿cómo te va?", esa primera toma de contacto que los jóvenes de las redes sociales han transcrito a su manera como "ola k ase?" y a la Real Academia de la Lengua no le ha quedado más remedio que volcar al español para no quedarse obsoleta. Ya podemos hablar sin que nos tilden de iletrados de que usamos el wasap para wasapear sin la necesidad de recurrir a esas haches intercaladas del inglés que hacen que nunca acertemos si el beatle casado con Yoko Ono era Jonh o John. El wasap es el rescate de la escritura en un momento en que la telefonía móvil había sustituido ese sagrado momento de la carta personal, que algo tiene de reflexión, para comunicarse con el otro --cuando mandábamos postales con sello, por ejemplo, a la llegada a nuestro destino en un viaje-- por la palabrería casi gratis, según tarifa contratada, de las compañías de móviles. El teléfono inteligente, ese aparato al que ahora todos miramos cuando vamos por la calle para leer los mensajes que nos han dejado los del grupo --tiempo que antes dedicábamos a observar lo que pasaba a nuestro lado--, tiene sus inconvenientes pero hay que admitirle que ha vuelto a enseñar a medio mundo a escribir y a enfrentarse con la ortografía. Los teléfonos móviles nos comunicaron por la palabra oral, pronunciada. Ahora, la moda o aplicación hasta el extremo del "ola k ase?" se materializa a través de un teclado donde el tecleante o emisor del mensaje rebusca en su curriculum sus conocimientos de ortografía. No es lo mismo decir por teléfono a alguien que hay organizado un viaje a Granada para ver a fray Leopoldo de Alpandeire que escribir por wasap que "vamos a Granada haber a San Leopoldo" al que subimos -- "haber sino"-- a la categoría de santo porque no sabemos si fray es con y griega o latina. Hasta ha habido casos en que parejas que se querían de toda la vida se han dejado porque al mandarse un mensaje por wasap se han enviado un "veso" en vez de un beso, evidentemente una opción en la que la muestra de cariño era ostensiblemente menor. El wasap puede que resulte, a la larga, una aberración que nos impida concentrarnos en leer otra cosa que no sean los mensajes de hermanos, cuñados, parientes políticos (los hijos no caen en esta red), compañeros de trabajo, de estudios o de bar. Pero nos ha devuelto el interés (o la obligación) por la escritura.