Y me dejo adivinar, sin declararme. Parece que vislumbro, pero no me manifiesto. Ahora, sin embargo, dudo de mi claridad, que siempre la tuve, y desconfío de mi evidencia; sí, esa que se comprendía sin ambigüedad, sin equivocación ni doble sentido.

Nitidez y luminosidad es con lo que ahora quieren vestirme. Con verdad y con certeza es con lo que quieren regular mi vida. A partir de ahora, claro. Aunque ni siquiera me afectará la fiscalización que pretenden establecer en las obligaciones de buen gobierno, ni las consecuencias jurídicas derivadas de su incumplimiento. ¿Por qué lo digo? Porque no sé si calificar de escéptico, suspicaz o incivil a quien no se crea que seguiré "observando" las conductas políticas de los que ingresan en esa habilidad activa, aspirantes a regir a los demás ciudadanos por arte de birlibirloque (de birlar: robar y birloque: ladrón).

Que me llamen transparencia no es pedir que me siente al banquete de los opacos, no es solicitarme que haga todo lo que esté en mis manos para garantizar el derecho ciudadano al acceso a la información, no es obligarme a nada. Yo lo sé y, por eso, me cobijaré con mucho cuidado en el "Portal de la Transparencia". Ahí me quedaré, estacionada, sin rumbo, sin norte y sin dirección adecuada; en el zaguán, desde donde casi no se ven las interioridades que interesan conocer extensa y exactamente; en el soportal, en el atrio, desde donde nunca se declararán, nítidamente, las ambigüedades que se "disfrutan" ahora.

Y yo, aunque me quieran llamar transparencia, no seré más que una transpiración sudorosa por donde evacuarán los vapores, a través del tegumento membranoso de una legislación sin consenso y sin vocación de continuidad. Yo misma me auguro poco futuro, escasos horizontes y, sin embargo, sí adivino y pronostico una excesiva conflictividad ante mi efímera presencia.

No puedo decir que mi translucidez haya tenido mucho predicamento en España. No puedo estar satisfecha de mi estancia en este país. Siempre fui disfrazada con palabras inconexas y con ostentosos disimulos. Y, para mí, para mi sentir transparente, no es edificante tener que convivir en la España que asesinó a cinco presidentes de gobierno en tan solo 103 años, y, en ninguno de los asesinatos, fue transparente la investigación en la búsqueda de las "intelectualidades" que perpetraron los magnicidios. ¿Cómo me puedo sentir ante tanta chapucería, tan española como indignante? Es, por tanto, fácil comprender mi intranquilidad: solo hay que ser conscientes de las carencias legislativas en las que incurren --¿a sabiendas?-- los legisladores que me quieren dar cuerpo y alma dentro de la sociedad española, de la que ahora estoy ausente.

Tengo la impresión de que estoy dosificada, como si mi presencia fuese nociva. Hay que inyectarme en el devenir político como un medicamento con graves efectos secundarios: cada cierto tiempo, con una dosis bien medida. ¿Cómo debo interpretar, entonces, la falta de libertad de los funcionarios públicos para "decir la verdad"? ¿Cómo puedo comprender, si no, que el Consejo previsto para que yo tome carta de naturaleza, con estricto seguimiento, solo esté compuesto por representantes "idóneos" de la administración? ¿Y a la sociedad civil quiénes la representan en este Consejo que "clama" por mi presencia clarividente?

La verdad: no me siento nada segura porque desde hace mucho tiempo, tanto como tiene la Historia de España, he sido reglamento tácito e implícito, aunque silencioso y callado, donde se presuponía "normalmente" que era lícito obtener beneficios a costa de la ignorancia de las personas --algo parecido se decía ya en tiempos de Cicerón--. Así fue, así es y... ¿Seguirá siendo así?

Creo, como transparencia que soy, que sí seguirá siendo así: la opacidad mandará desde el mismo momento que a mí me tratan como una norma, como un precepto, como una ley desprovista de voluntad política para cumplirla. El tiempo lo dirá, que es el que dá y quita razones.

* Gerente de empresa