Lo que están diciendo las encuestas es que el mapa político español se está reconfigurando, que va a haber una mayor pluralidad de voces, lo que no es novedoso en nuestra democracia, sino la fuerza relativa con la que cada voz se va a oír. Más aún, lo que dicen las encuestas es que tenemos una democracia que está en vías de curación.

El catálogo de opciones políticas, organizado según las polaridades ideológicas de derecha e izquierda y nacionalismos centralistas y periféricos (que han sido las dos tensiones ideológicas de nuestra ciudadanía), ha sido en España siempre rico. En ninguna de nuestras Cortes Generales se han sentado menos de 10 partidos políticos diferentes. Hemos tenido hasta 13 fuerzas políticas representadas en las elecciones de 1979 y 1989; 12 en las Cortes constituyentes de 1977, en 1986, en el 2000 y en las actuales; 11 en las legislaturas de 1993, 1996 y el 2004; y, finalmente, 10 partidos solo en el 2008. No ha habido falta de voces o de pluralidad en nuestras Cortes, a pesar del Sistema D'Hont. Hemos tenido parlamentos muy polarizados, con presencia de fascismos de extrema derecha como el de Fuerza Nueva (que representaba Blas Piñar) hasta fascismos de extrema izquierda nacionalista, con vinculaciones con el terrorismo, como el que representó Herri Batasuna muchas legislaturas. Nuestros parlamentos han sido siempre plurales y han representado siempre las preocupaciones políticas fundamentales de nuestra sociedad. No es, pues, ninguna novedad el que aparezcan partidos nuevos, como Podemos o Ciudadanos, con fuerza suficiente para entrar en el Parlamento, como no será nuevo si alguno desaparece del mapa electoral. Es normal y bueno que así sea, pues es señal de nuestra democracia está viva y que en el Parlamento se sientan las personas que encarnan las preocupaciones de la ciudadanía, que vivimos en libertad, base de toda democracia.

Lo que sí ha pasado en nuestra historia reciente es que solo ha habido dos opciones de gobierno, la socialdemocracia del PSOE y el conservadurismo moderado del PP, que han compartido el poder, por nuestra estructura territorial, con los nacionalistas conservadores del PNV y de CiU. Opciones de Gobierno que, también en el futuro, al menos en el inmediato, serán fundamentalmente las mismas, pues dudo que Podemos desplace al PSOE como partido líder de la izquierda, o que Ciudadanos haga lo propio con el PP, básicamente porque ninguno de los dos recién llegados tiene base territorial de poder, ni cuadros y estructuras de partido asentadas como para un corrimiento generalizado del voto. Pero podría pasar como dicen las encuestas, que la diferencia entre cada uno de los partidos mayoritarios y los partidos competidores en el mismo espectro ideológico no sea demasiado alta, y eso fuerce a ambos a un ejercicio de moderación y de matización de sus propuestas, al tiempo que los obliga a regenerarse. Porque si los dos partidos mayoritarios están sufriendo la sangría de votos que están sufriendo no es solo por su ausencia de liderazgo y de propuestas, sino por la corrupción que han consentido (y consienten) en sus filas, y es posible que tengan algún tipo de reacción. Cualquiera de las dos opciones, que los partidos clásicos se regeneren y vuelvan a competir o que sean sustituidos por otros partidos que los arrinconen en las preferencias de los electores, es buena para nuestra democracia, pues es señal de que puede regenerarse.

Soy, pues, de los que opinan que los tiempos políticos que vivimos no son malos, que son solo tiempos de cambio que alumbrarán, no sé si es una esperanza ingenua de alguien que nunca perdió la fe en la política, tiempos mejores. Porque nuestra democracia parece que está sana y da señales de regeneración. Lo curioso es que la medicina que vamos a aplicar a nuestra vida política, la libre competencia, no nos gusta aplicarla en otros ámbitos de la vida social y, quizás por eso, los tenemos aún débiles, o decididamente, podridos.

* Profesor de Política Económica.

Universidad Loyola Andalucía