Necesita la ciudad de Córdoba cabezas que no sean obtusas ni cerradas, sino abiertas e ilimitadas, para erradicar la estrechez y pobreza espiritual de las cabezas políticas enfrentadas, que conforman la atmósfera partidista. Córdoba capital lleva desde 1996 un periodo de postración y abatimiento, de retroceso, vacía, incapaz de albergar mentes vivaces.

Los dirigentes políticos locales se enfrentan continuadamente entre sí. Todo su fervor, potencia, entusiasmo y activo impulso lo dedican a la obstrucción de lo que es necesario para esta ciudad. Córdoba ha perdido su grandeza, languidece, y sin influencia en centros de decisiones por las continuas desavenencias de los políticos de turno. No tiene ambición y por ello ha perdido grandeza y poder e incluso la sonrisa.

En círculos intelectuales, repletos de reflexiones y discursos, se denuncia esta dialéctica inoperante. Las universidades --pública y privada-- quieren engrandecer la Córdoba del conocimiento. Como un grano de este racimo la Facultad de Filosofía y Letras impulsa la Córdoba de la cultura, como ciudad global, como modo de compensar el distanciamiento de las fuerzas políticas hacia el conocimiento y la cultura. Se necesita un Círculo que obligue a los políticos multicolores a pensar en el progreso de la ciudad y no en sus "ombligos" partidistas. Retomar el consenso hacia 2016, que feneció.

Los políticos de hoy se hubieran opuesto al ferrocarril a su paso por Córdoba, a unir las diligencias con las casas de posta, al alumbrado de gas para hacer desaparecer las lámparas de petróleo, pero se pondrían unísonos para hacer de la cultura una plataforma ideológica.

Una ciudad, Córdoba, en la que falta la esperanza, el estímulo, un éxito, la prosperidad. ¿Va a continuar así por décadas? ¿Va a seguir en depresión colectiva? Un ambiente bastante desmoralizado que al respirarlo descentra el ánimo de muchos cordobeses dispersos y desperdigados. Una ciudad, representada por políticos enfrentados puerilmente, ribeteadas sus palabras de gravedad y presunción, de resistencias, ante las propuestas del que gobierna, profundamente infantiles. Parece una ciudad sin ambiciones, sin aspiraciones, sin objetivos comunes. Una sociedad sin sangre en sus venas, repletas de extractos de amapolas. Necesitamos una ciudad de éxito; es decir, de aptitudes llenas de fuerza, que impulsen el movimiento de la vida con nuestra propia personalidad. El éxito reside en los ciudadanos que trabajan sin desánimo y con tesón. Córdoba no puede aflojarse, fatigarse ante lo que se le resiste, pues la flojedad conduce a fracaso tras fracaso, al retroceso, a que su luz se extinga.

* Grupo de opinión