La catástrofe aérea de los Alpes ha llenado los medios de comunicación de opiniones sobre las razones que subyacen en este hecho. La complejidad de lo ocurrido nos obliga a ser cautos en nuestros juicios sobre los procedimientos de seguridad de la navegación aérea, de sus tripulaciones o de los métodos de selección y evaluación de los pilotos. En este y en otros sucesos relacionados con sistemas tecnológicos complejos emerge una vez más un elemento clave: el factor humano, capaz no solo de diseñar, fabricar y gestionar un sistema tecnológico de elevada complejidad, sino también de conducirlo a la catástrofe, y con él a multitud de vidas humanas.

A pesar de que por imperativo estadístico se insiste en que el avión continúa siendo el medio de transporte más seguro, esta catástrofe ha demostrado otra vez que la seguridad vista desde un punto de vista exclusivamente técnico no es suficiente y que debe prestarse muchísima atención a la resultante de la interacción entre la técnica y el factor humano. Sistemas altamente complejos como el aéreo, el nuclear, el ferroviario o el petroquímico se enfrentan al mismo reto: considerar el factor humano como una pieza clave de la seguridad del conjunto del sistema. De hecho, se estima que dicho factor está en la base de más del 50% de los accidentes e incidentes que tienen lugar en esos sistemas tecnológicos. No se trata solo de reflexionar acerca de la fiabilidad de nuestros actos como humanos, sino también sobre los procedimientos de control ex ante que deberían prevenir situaciones como la ocurrida en Seyne-les-Alpes, considerando además que el ser humano actúa siempre por y desde un gran número de variables personales, organizacionales, sociales, situacionales y/o ambientales, que a menudo dificultan la identificación de las causas humanas de los siniestros. Dichos mecanismos de prevención deben además asegurar un eficiente despliegue de las funciones, no solo individuales sino también colectivas --como sistema o factor humano--, de los miembros de las organizaciones que cargan con la responsabilidad de garantizar la seguridad de los demás.

El factor humano no es solo el elemento más flexible, adaptable y valioso de los sistemas tecnológicos complejos, sino también el único insustituible, y además el más vulnerable a influencias que puedan afectar negativamente su comportamiento. Esta característica del factor humano y la cantidad y complejidad de variables a tener presentes hacen que las cuestiones sobre la prevención en este ámbito devengan enormemente complejas: abordar la prevención en el ámbito del factor humano y sus consecuencias (no solo errores, sino también actos deliberados) es constatar la necesidad de desplegar nuevas estrategias de conexión entre las normas y los comportamientos, estrategias basadas en el hecho de que la tecnología no lo puede todo y que la imaginación, la improvisación o la sociabilidad, con frecuencia relevantes en modelos de prevención, son valores afortunadamente hoy por hoy exclusivamente humanos.

Ello nos lleva a considerar, por un lado, que la gestión del factor humano en tareas de prevención implica no solo formación (competencias y habilidades regladas) sino también el diseño de equipos humanos capaces de balancearse en estas tareas: la limitación de uno es suplida por otro, y al revés. A mayor complejidad tecnológica, mayor complejidad de la gestión del factor humano, lo que no se resuelve solo con formación sino también con una estructura de toma de decisiones que contemple, por ejemplo, la imposibilidad de ejecutar acciones en fase crítica por parte de un solo operador, o apostar por sistemas preventivos de chequeo que identifiquen también alteraciones del factor humano que pudieran comprometer la seguridad. Se requiere luchar contra la implantación de rutinas que, por cotidianas, provocan un bajar la guardia que en ocasiones está en la base de accidentes e incidentes. La gestión dual preventiva y la lucha contra la rutina deben complementarse con la generación de un espacio suficiente para la improvisación en la medida en que, con frecuencia, en la toma de decisiones críticas se ha demostrado prioritario el conocimiento humano frente a la rutina tecnológica.

El factor humano es, finalmente, esencial en la gestión de las catástrofes. Un ejemplo es el fiscal de Marsella en este caso: evitar la ambigüedad mediante un portavoz competente y datos veraces que eviten confusión y equívocos. Muy distinto del tratamiento del Gobierno español en el accidente del avión militar Yak en Turquía en el 2003, cuya injustificable falta de rigor causó la indignación de la opinión pública y el incremento, si cabe, del dolor de los familiares. En fin, si errar es humano, aún más lo es actuar. Y no hay máquina, por ahora, que lo pueda igualar.

* Socióloga