En efecto: desolador es el panorama ofrecido, tras las recientes elecciones autonómicas de 22-M, por el que fuese un día ilusionado Partido Andalucista. Por mucho que sea el optimismo de sus admirables militantes de base y el sentimiento de gratitud albergado en muchos nobles espíritus por la limpia esperanza que despertarse, en el albor de la democracia, respecto al porvenir de una tierra castigada en demasía por la dimisión social de sus raquíticas y desnortadas élites, los hechos son descarnados, a más de tozudos. Después de una segunda ausencia en el Parlamento sevillano, no es quizá ya voluntarista, sino insensato pensar en unas expectativas mínimas en su protagonismo en la configuración de la Andalucía del inmediato futuro, etapa sin duda crucial en orden a la conformación del escenario en ella dominante durante, al menos, varias décadas, salvo terremotos que nunca es prudente desechar en la convivencia ciudadana peninsular, canaria y balear incluidas.

Al igual que todos los acontecimientos de amplio calado --y pocos, desde luego, lo serán en medida semejante a los acabados de registrar, en el plano mencionado, en la comunidad más extensa y de mayor savia histórica de la vieja nación española--, la hecatombe electoral del citado domingo ocasiona una meditación de muy dilatado radio solo abordable en una monografía sociológica o en libros de historia contemporánea de impecable factura académica. Sin pretensión alguna de adelantarse al sereno y documentado juicio de éstos, las líneas aquí estampadas únicamente abrirán la espita de la pesadumbre provocada por la reflexión sobre la desgraciada trayectoria desembocada en el muy triste remate del primer domingo de la primavera de 2015, a un siglo exacto de la publicación en Sevilla del infantiano El Ideal Andaluz...

Todas o casi todas las reglas y pautas visibles en los grandes procesos de formación histórica de resultado feliz se mostraron invisibles o se transgredieron en la ruta más cercana del PA. Sin un pensamiento bien arquitrabado --ni un solo doctrinario de cierta altura y densidad en la forja y recreación conceptual del movimiento a partir de los años sesenta del novecientos--, sus cuadros dirigentes casi sin excepción carecieron siquiera de una discreta plataforma cultural para apoyar en su firme suelo las directrices de una actuación que legitimase y, en particular, sostuviera un proyecto fluctuante siempre entre la ambigüedad de un regionalismo de vitola robusta ferozmente reivindicativo y un nacionalismo precarizado e indigente de raíces tercermundistas. Atenazada, por lo demás, una considerable porción de sus líderes por complejos personalistas de fácil explicación freudiana, el resultado final no podía ser otro que el desastradamente explicitado en la más reciente convocatoria legislativa de la democracia española. En el inmenso campo andaluz, objeto de la querencia más honda del ideario blasinfantiano y objetivo preferente de los actuales sectores rectores del PA, la opción más votada ha sido el PSOE, mientras que su mayor opositor, el PP, se ha alzado con la victoria en los grandes medios urbanos, sede y palestra de acción principales de los cuadros andalucistas. ¿La debacle entrañada por dichas circunstancias equivale a dar por sentenciado definitivamente aquel airoso movimiento cuyas alegres banderas fueron sacudidas como ningunas otras por el viento estremecido del diciembre de 1978?

* Catedrático