De nuevo, estamos a punto de vivir otro eclipse. Esta vez, en toda Europa. Hay quien dice que el eclipse empezó hace tiempo, mientras muchos asociaban la oscuridad creciente a la niebla que siempre hay en Bruselas. Pero ahora que las luces se van apagando, cada vez somos más los que podemos ver el fascinante fenómeno y analizar sus causas. Quizá lo más novedoso del asunto es que Europa como idea brillante y cohesionadora no está siendo eclipsada por ningún satélite externo, sino que son sus propias partes constituyentes, los estados--nación, los que la ensombrecen poniendo trabas a una visión de conjunto, de equipo.

Si los alemanes son muy suyos, los franceses lo son más y los españoles no digamos. Nunca enviaron primeros espadas a Bruselas para comandar una operación que tenía que ser de generosidad, de derribar fronteras, de salir del yo para ir al nosotros. Pusieron el euro en nuestros bolsillos para construir un mercado pero no una gran nación común, como podrían haber sido los Estados Unidos de Europa, con su reserva federal correspondiente.

Así las cosas, la euforia europea nunca fue común ni mayoritaria y los políticos de todos sus miembros siempre antepusieron sus intereses a los del conjunto. Mención destacada merecen los países del sur donde la irresponsabilidad financiera y política ha sido cósmica. España es quien más directivas europeas ha incumplido y sus políticos, ante una noticia que ellos juzgan como adversa, tienen la desfachatez de decir: "Europa nos obliga". Como si no formásemos parte de ello, cosa que al final del eclipse es algo que nos puede pasar. Europa solo ha ido reaccionando ante los desastres inminentes.

Y así, más que construir, se paran golpes, en una estrategia que desgasta. Parches que para tener consistencia necesitarían pasos que nunca llegan. Por ejemplo, que se armonizase una política fiscal común. ¿Creen que lo harán? No. Hoy los gobiernos son brazos ejecutores de los intereses de sus élites, con negocios concretos y diversos en función del país. Y si le sumamos la corrupción, el escaqueo para pagar impuestos que tendrían que hacer sostenibles los sistemas públicos, el nulo debate responsable sobre cuál es el modelo y cuáles los ingresos reales y gastos asumibles para mantenerlo, el populismo, el cortoplacismo, los radicalismos y los oportunistas electorales y financieros, vemos que el problema es galáctico. Tanto, que más que actuar, preferimos sobreactuar.

Y así, como espectadores de la poética del desastre, vemos estrellas fugaces en vez de pedazos de una desintegración que viene. Eso sí, las autoridades piden que no se mire el eclipse directamente, sino con filtros como la política o la prensa afín. El riesgo, dicen, es la ceguera. Pero, ¿qué fue primero la ceguera o el eclipse?

* Periodista