En Teresa de Avila casi todo es admirable. La abultada historiografía y la infinidad de referencias existentes nos la han convertido prácticamente en un personaje de novela, que apenas si la imaginamos como mujer de carne y hueso. La conmemoración de su V Centenario está dando pie a un sinfín de recurrencias e interpretaciones de esta mujer universal. Especialmente me ha interesado siempre entender sus fundamentos culturales. Teresa fue sin duda una mujer de amplísima formación cultural --a pesar de su personal consideración ("como soy necia", "poco entendida", "tan ignorante", "de rudo entendimiento")--, leída y de extensa experiencia que le sirve para aprender y decir: pues ella habla de lo vivido y escribe, y de sus experiencias aprende. Ni posee una originalidad absoluta ni es una necia, pero posee una personalidad descollante. Su vida y su obra se conjugan de forma extraordinaria, y ambas cosas se relacionan como vasos comunicantes. Teresa tuvo necesariamente que beber en muchas fuentes, siendo una lectora empedernida; y de forma subsiguiente una escritora irrefrenable y acuciante: no tanto por obligación y exigencia, como gusta presentarse ("por obediencia", como la tildaba también Don Faustino), sino por vocación literaria y con actitud reverencial. Lógicamente, en su carrera vital y literaria tan dispar encontramos sus disonancias literarias y secuencias, que son fruto de sus aprendizajes y conformación de estilo (que es vario). Las asimilaciones culturales librarias son abultadas, variadas y con muy buen aprovechamiento. Conoció muy bien los textos religiosos (Biblia) y la disparidad de enfoques de los Evangelios, Salmos, Cantares y Patrística (San Jerónimo, San Gregorio y San Agustín) en doctrina y estilo, pero también las corrientes espirituales de la Modernidad (devotio moderna) que buscaban un cristianismo más personal y depurado; también ejerció en ella su influencia el teatro religioso representado en los conventos. Especialmente llama la atención la elevada espiritualidad mística, moviéndose como pez en el agua en esos tiempos recios (contra los Alumbrados, erasmistas, etc.) de la Inquisición (s. XVI), cuando propugna la autenticidad de su experiencia personal y el medio de comunicarla: no tan lejana de las iglesias evangélicas emergentes, con la experiencia individual en alza; si bien dentro de la ortodoxia católica.

Teresa no bebe solamente, ni mucho menos, de las fuentes religiosas; su obra está plagada de otros muchos débitos literarios que le tuvieron que resultar próximos y de lectura segura. Entre las huellas más claras de la Literatura profana se encuentran los libros de caballerías que ella misma menciona (y tal vez alguno escribiera), de la que tiene deudas reconocibles en lenguaje y estilo; así como en la concepción del amor o la exaltación de la obligación moral. Otro tanto cabría subrayar de los tratados amorosos o novelillas sentimentales; también aparece en el séquito de posibles influencias estructurales el Lazarillo de Tormes, así como el legado de la poesía de los Cancioneros al uso, que se refleja en sus versos y en su prosa. No obstante, donde Teresa es contundente receptora y de estridente personalidad es en la Literatura epistolar: ahí manifiesta sus mejores dotes expresando lo que vive y siente; donde aprende y enseña escribiendo; mostrando las cotas más elevadas de su literatura y doctrina de una forma muy personal. Pura Literatura al modo de Valdés (escribo como hablo ), hablando mediante la escritura, como en una simple charla conventual. Esa es la Teresa más literata, una mujer excepcional, humana y divina.

* Doctor por la Universidadde Salamanca