"Que no se vengan abajo, que luchen, que sí se puede. Yo me veía fuera de mi casa, y ahora todo ha cambiado". Con esas palabras recibió Carmen Andújar la noticia de que la Consejería de Fomento y Vivienda, que yo tenía la responsabilidad de dirigir, había expropiado al banco la vivienda de la que la iban a desahuciar, después de sufrir un embargo, evitando así que la pusieran en la calle junto a su marido y sus cuatro hijos.

No habíamos hecho más que garantizar un derecho, su derecho a la vivienda. Lo que debería ser normal: que lo público se ponga de parte del débil frente al fuerte, que los que hacemos política en las instituciones no nos resignemos cuando los de siempre nos dicen "eso es imposible". Pero para Carmen era una oportunidad inesperada. Una simple oportunidad para seguir luchando. Y a la vez una justa recompensa a su lucha. Le habíamos dado poder (solo un poco de poder) a quien no lo tenía.

Esas palabras elocuentes, sencillas y cargadas de fuerza de una mujer trabajadora, luchadora, que a su vez invitaba a perseverar en la lucha a quienes atravesaban su misma situación, constituyeron para quien escribe el mejor estímulo para defender con todo nuestro ahínco el derecho a la vivienda. Y en ese camino, en el de romper la neutralidad entre el fuerte y el débil y ponernos de parte de quien lo ha perdido ya casi todo, nos hemos encontrado con una evidencia: en muchas ocasiones son las mujeres, mujeres como Carmen, las que más luchan hasta el final por defender su casa, su familia, sus derechos.

Los desahucios son agresiones del poder financiero contra el pueblo trabajador. Son por lo tanto desahucios de clase. Pero también de género. Toda esta crisis, esta estafa, se ceba especialmente con las mujeres. No solo los desahucios, también la pérdida de derechos sociales y laborales, el recorte de libertades, es más cruel con las mujeres. Tenemos menos trabajo, cobramos menos cuando lo conseguimos, lo perdemos más fácilmente. Y además asistimos a cómo la estructura de poder eminentemente controlada por hombres, el patriarcado, se ha quitado la careta (si es que alguna vez se la puso) y se ha lanzado sin disimulo a asignarnos un papel subordinado y dependiente.

Este domingo 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora, todos los hombres y mujeres que creemos en la igualdad estamos convocados a reivindicar en voz muy alta nuestros derechos. Queremos pan, techo, trabajo y dignidad. Lo queremos y lo exigimos, porque son nuestros derechos. Y son derechos que solo se pueden conquistar desde la izquierda. Es decir, mediante la lucha colectiva. No basta con mencionarlos, con desearlos, con tuitearlos, con lamentar su vulneración, con prometer que todo cambiará como por arte de magia tras unas elecciones.

Debemos tomar ejemplo de Carmen. Y luchar. Unidas por la razón, la convicción y la memoria, somos invencibles.

* Candidata de IU al Parlamento de Andalucía por Córdoba