Resulta comprensible que los griegos optaran mayoritariamente por una opción radical de izquierdas e inmaculada como es Syriza. En la actualidad, Grecia se mueve en un podrido sistema político-económico y social, obra de anteriores gobiernos de centro izquierda y de derecha que llevaron al país heleno a una situación de coma casi terminal. Es un Estado fallido, tan corrupto, tan desorganizado y tan clientelar que no aguanta comparación alguna con ningún país europeo. Es razonable, pues, que de ese dicho más vale malo conocido que bueno por conocer , se haya pasado al de no tengo nada que perder y que millones de griegos se abrazaran a la esperanza de la tierra prometida que vendió Syriza. Si esta elección es acertada o no el tiempo lo dirá.

Grecia es cuna de mitos. Esas narraciones imaginarias de comportamientos humanos y sobrenaturales. Ahí está el mito de Prometeo, que representaba la rebelión de los mortales contra la prepotencia de los seres superiores... El mito de Aracne, expresión de la inutilidad de esa rebelión contra los dioses... No estamos ya en épocas de mitos, sino de realidades. Por ello resulta llamativo que, tras la incontestable victoria de Syriza, su carismático líder, Alexis Tsipras, y acompañantes, llegaran a hacer creer a la gente el espejismo de que en Grecia los problemas se habían esfumado, que tenían la sartén por el mango ante la malvada Europa y que Merkel y compañía iban a enterarse de lo que valía un peine. En ese contexto de euforia habría que enmarcar sus declaraciones iniciales --reconozcámoslo, algo jactanciosas-- y los desplantes que protagonizaron ante representantes europeos, con cortes de mangas al pago íntegro de la deuda adquirida por el rescate --un dinero que sale de los contribuyentes europeos-- a la imposición de la cuantía de la quita y a un proceso de pago a plazos según les conviniera. Bien es cierto que ese lenguaje inflamado ha sido matizado tras el peregrinaje griego por algunas capitales europeas.

Se puede caer en la demagogia de interpretar el mito de Prometeo como la rebelión de Grecia contra los malvados dioses europeos y presentar a esa nación como una doncella indefensa y desamparada ante la usura y codicia de la perversa madrastra europea. Pero volviendo a la realidad, y admitiendo que la troika ha podido cometer errores, hay que recordar que la madrastra, a cambio de introducir reformas que hicieran de Grecia un país funcional, ya practicó una quita de la deuda griega de más del 50% en el 2012 y ha negociado hasta cuatro reestructuraciones de las condiciones de su deuda. Lo nunca hecho proporcionalmente con ningún otro país del mundo en nuestra reciente historia.

Y sin embargo, Grecia sigue sin levantar cabeza. Resulta sencillo culpar solo a Europa y a su férrea política económica de todos sus males y desgracias, pero la principal causa de su agonía es endógena. Los profundos problemas estructurales irresueltos de ese país tienen su origen y desarrollo dentro de sus propios límites fronterizos, por los desmanes que fueron cometidos con anterioridad por su clase política y económica.

Y ante esta evidencia, si Tsipras no se queda en un superficial papel de Prometeo, en la rebelión por la rebelión sin más, su gestión política de la crisis será clave en el desenlace de la confrontación con Europa. Tsipras no tiene responsabilidad alguna en la moribunda situación griega. Está limpio de polvo y paja, porque su partido era casi marginal mientras se cometían las tropelías de administraciones anteriores. Esta ausencia de responsabilidad es su fortaleza ante las cancillerías europeas. Por eso, el primer ministro griego tiene derecho a pedir tiempo para negociar unas nuevas condiciones y a que sus propuestas sean estudiadas con realismo y sin prejuicios políticos.

Es lógico que Tsipras ofrezca techo, luz, comida y sanidad a los griegos que ahora carecen de estas necesidades básicas --¡solo faltaría!-- y es necesario que Europa ayude de nuevo, con inteligencia y con la sabiduría que otorga la diosa Atenea, a este tigre de papel que, en realidad, es el socio más enfermo de todos los europeos. Pero Tsipras ha de actuar con astucia y complicidad con Europa, sin humillaciones, por supuesto, si pretende cerrar unos acuerdos realizables que saquen a Grecia de la uci.

La euforia por la victoria de Syriza no conduce ingenuamente al sueño irreal de una Grecia convertida en horas veinticuatro en el paraíso terrenal. Tsipras lo sabe. Su inapelable victoria en las elecciones le otorga la autoridad moral suficiente para convencer a los griegos de que no queda otro remedio que seguir sacrificándose si quieren alcanzar la tierra prometida. Unos sacrificios que deben contar con la mano tendida de Europa para que ese tránsito sea menos doloroso y más llevadero. Este reto hay que afrontarlo por ambas partes desde el realismo y la responsabilidad, no desde la prepotencia, la chulería o la pura ilusión. Unos pueden caer en la tentación de emular a Prometeo y otros a Aracne. Sería un error.

* Director editorial del Grupo Zeta