La madrugada del 16 de noviembre de 1989, --ha hecho ahora 25 años--, soldados del batallón Atlacati del ejército salvadoreño entraron en la residencia de la Universidad Centroamericana (UCA) de los jesuitas y sacaron a todas las personas afuera, al jardín. Les obligaron a tirarse al suelo y les dispararon. No querían dejar rastro. Murieron seis jesuitas: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martin-Baró, Armando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López. También la cocinera de la residencia, Elba Ramos, y su hija Celina. Al día siguiente, por la mañana, el jardinero de la UCA y esposo de la cocinera encontró los cadáveres y avisó a los demás jesuitas que estaban en otra casa a cien metros. A muchos kilómetros de distancia, el jesuita y teólogo catalán Xavier Alegre lloró al enterarse de la noticia. Cada año, en este día, les recordamos y volvemos a formularnos la trágica pregunta: "¿Por qué el ejército mató a Ellacuría?". Alegre nos ofrece la respuesta: "Porque tenía un gran conocimiento de la situación del país y era de las pocas personas que realmente podía conseguir que se firmara la paz entre el ejército y la guerrilla. Ignacio Ellacuría siempre decía que la guerra no la podía ganar nadie y que, sobre todo, perjudicaba a la mayoría empobrecida del país. Solo había una solución: la paz. El ejército, no obstante, no quería la paz de ninguna manera. Estados Unidos daba más de un millón de dólares diarios al ejército de El Salvador. Si había paz, finalizaba esta fuente de financiación que, en gran parte, engordaba los bolsillos de los políticos y militares corruptos". Ellacuría acababa de cumplir 59 años cuando fue asesinado. Es considerado el apóstol de la paz. Todavía hoy impacta su entrega a la causa de la libertad. Y eso que ha pasado un cuarto de siglo. Aún recordamos su estancia en Córdoba, con Helder Cámara, en un congreso sobre religiones, en el Ayuntamiento. ¡Qué tiempos!

* Sacerdote y periodista