Nos ha dejado la duquesa de Alba, presidenta de honor de la Fundación Bodegas Campos. Sin duda, una mujer con una vida apasionante, pero de esas cuestiones el lector encontrará información suficiente, tanto en las páginas de este periódico como en el resto de medios de comunicación. El objeto de estas líneas pretende ser otro distinto: destacar su vinculación con Córdoba y, especialmente, con Bodegas Campos.

La XVIII duquesa de Alba de Tormes, María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, visitaba nuestra ciudad habitualmente desde que era muy joven y siempre acudía a Bodegas Campos. La primera vez que visitó el edificio de la calle Lineros fue respondiendo a una invitación de Paco Campos para participar en una fiesta flamenca y junto a su primer marido, Luis Martínez de Irujo. Las paredes están repletas de fotos suyas, rebosantes del gracejo y desparpajo que la caracterizaba, además de dar rienda suelta a su afición por el flamenco (le encantaba ver bailar a la Tomata ) y los toros (se la puede ver con un jovencísimo Manuel Benítez El Córdobés ).

Hasta que su salud comenzó a deteriorarse solía venir al restaurante los domingos a su mesa, donde hoy luce un azulejo con su nombre, engalanado con un crespón negro; a la vuelta de una visita a sus fincas rústicas de la provincia o para visitar la clásica Cruz de Mayo de la casa. Se perdía por los patios, destacando el mimo con que estaban cuidados; observaba, atentamente, la colección de carteles de toros y agradecía la forma con que el personal la trataba.

Cuando Paco Campos creó la Fundación Bodegas Campos le pidió presidirla con carácter honorario, lo cual ella aceptó de forma inmediata. Era su forma de agradecer los buenos ratos que Bodegas Campos le había hecho pasar. Y es que la cultura, incluida la gastronómica, formaba parte de su vida desde su tierna infancia (el día en que nació estaban en su casa Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón, así como acompañó a su padre por Egipto, Italia e Inglaterra).

Siempre se recuerda que reconstruyó el Palacio de Liria, así como que engrandeció la colección familiar y su magnífica biblioteca. También le encantaba pintar. De hecho, en la Hacienda Buena Vista, situada en El Carpio, se encuentra aún su taller de pintura. Y, cómo no, sentarse ante una mesa con platos de la cocina tradicional cordobesa, especialmente las habitas con jamón, disfrutando los comensales, entre otras sus amigas Carmen Tello y Lola Pozo, de su conversación pausada y siempre interesante, fruto de su vida de película. No cualquiera puede tener de padrinos a los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, compartir juegos con la Reina Isabel II del Reino Unido, visitar asiduamente la casa de Churchill o contar, como amigos, a Jackie Kennedy, Grace Kelly, Carlos de Gales, Yves Saint Laurent, Tom Cruise o Picasso.

De ella nos queda su recuerdo y su legado. Pocos nobles, como ella, han sabido dedicar su vida a cumplir al pie de a letra la primera acepción que el vocablo tiene en el Diccionario de la Real Academia: "Preclaro, ilustre, generoso". Dejó siempre sus oropeles a un lado (era quien más títulos nobiliarios acaparaba). Cercana, campechana, culta hasta la extenuación, celosa de su intimidad, volcada en su familia y amigos, tuvo claro que su papel como noble era mantener el legado de la Casa de Alba. Ahora bien, con un fuerte compromiso con los más desfavorecidos, apoyando, constantemente, múltiples entidades benéficas.

Sirvan estas breves líneas como agradecimiento a quien siempre tuvo a Córdoba y a Bodegas Campos en su corazón.

* Presidente de la Fundación

Bodegas Campos