Frente al contundente todo lo bueno cuesta dinero, aún quedan para los limpios de corazón placeres gratuitos. Es más, a eso de mirar el cielo y soñar puedes aplicarle el dos por uno, tan arraigadas que han estado siempre las estrellas con la condición humana; con sus quimeras y su afán de superación. Se antojan los astros como el contrapunto en ese retorno al medievo: se decapitan infieles por un Estado islámico que deshonra a Saladino y empapa el terror como la sangre marmórea del salón de los Abencerrajes. Y al tiempo rezuma el conocimiento del firmamento, el mismo que salvó a Colón y a sus hombres de una tribu caribeña al predecir un eclipse solar. Hollar el polvo de un cometa es una hazaña de la especie humana, aunque la mayoría seamos tordos en conocimientos astrofísicos y un buen número de individuos prefiera la contraparte de la mezquindad.

Cuando recopiló en un volumen sus crónicas del programa Apolo, Jesús Hermida tituló ese libro Un bozal a las estrellas . La llegada de la cápsula Philae al Cometa 67PChuryumov-Gerasimenko ha sido como un chip canino para rastrear la memoria de los hombres, el mismo azimut de selecta mensajería que sirvió para entregar oro, incienso y mirra. Me han impresionado las fotografías de la sonda Rosetta por su plástica tosquedad; las formas cavernosas de una patata sideral tan alejadas de la perfección de la esfera y que te reconcilian con la candidez del preconocimiento. Es difícil no asociar el cometa 67P con el asteroide B612, astro de origen de El Principito , descubierto en 1909 por un astrónomo turco al que en principio nadie creyó al presentarlo a un congreso científico con vestimenta otomana.

Tampoco es de extrañar que la hazaña celestial aúne a soñadores y espabilados. Para los segundos, fijarse en los altos vuelos ayuda a desmemoriarse de los bajos. Hasta ahora no ha existido un cosmonauta Monago, aunque las dudas sobre sus periplos canarios llegan hasta la estratosfera. En este mundo tremebundo y naif, algunos apuestan por asaltar el cielo, cargarse la Transición y escarmentar a tanto comeollas con la iconografía de los ángeles caídos de Ginés Liébana.

En esta Córdoba afantasmada, en los que a la clásica niña de Orive se han sumado misteriosos deambulatorios en un centro de Salud, también se incorpora un vuelo desconocido. Uno también ha oído ese bimotor en la hora de las brujas y acaso no viene mal dejar cierto lastre a nuestra pequeña guerra de los mundos, ya que no nos propiciamos en cultivar campos de maíz ni tenemos bajíos para cantar la canción del Pirata. El sarcasmo apuntaría a que definitivamente mal le tiene que ir a un aeropuerto cuando ni siquiera pide pista en él una avioneta fantasma. Pero frente a versiones más sensatas, y hablando de Le petit Prince , por qué imaginar que quién nos visita es el avión de Antoine de Saint-Exupéry. No sería un cometa, pero arrastraría una estela de humanidad.

* Abogado