El mismo día que, a finales de julio, tras el accidente aéreo en Mali, los mass media daban la noticia de que "algunos pilotos cobran poco más de 800 euros mensuales, por lo que son constantes las rotaciones en el trabajo", conocimos que el exhonorable Jordi Pujol tenía depositada, en bancos de Andorra, la herencia de su padre, oculta para Hacienda desde 1980, porque "no encontró el momento más adecuado para ponerse al día con el fisco". Ambas informaciones resultaron deplorables. La primera, por su origen trágico y la segunda por el alto contenido de cinismo y desmemoria. Pero las dos expresan el estado de cosas en el que estamos inmersos: sueldos rondando lo miserable y olvidos de sus deberes por quienes mangonean dinerales. Unas constantes muy repetidas en este país. Respecto a los sueldos precarios y eventuales, lo más insufrible es que los utilice el Gobierno para presumir de que nos está sacando de la crisis. No podemos olvidar que, ciertos analistas ven como causas de dicha precariedad la escasa inversión pública y la presión fiscal. Esta última alcanza cotas desconocidas, ya que los valores catastrales superan, a veces, los precios de mercado. Respecto a los lapsus fiscales, consecuencia de chanchullos económicos, solo cabe verificar la frecuencia con la que los poderosos están perdidos en una inquietante amnesia, aunque nunca se les olvide conseguir jugosas jubilaciones. Aquí, no hay padre que tenga constancia de las mordidas cobradas por hijos y esposa; esposa que recuerde la procedencia de los euros que manejó el marido; maridos que supieran las trapisondas de sus socios; socios que reconozcan la desfachatez innata que padecen. Todos vivieron en Las Batuecas durante la apoteosis de la corrupción. Mientras tanto, los contratos laborales están rebajando las retribuciones hasta lo catastrófico.

* Escritor