Paseaba yo hace días con un amigo por los jardines de mi barrio, y le comenté las bellas palabras pronunciadas por el Papa Francisco en una oración del Angelus cuando, muy emocionado, pidió a todos los jefes de Estado que cesaran en las guerras, ahora extendidas por los cinco continentes y en las que cada día mueren cientos de personas, en gran parte niños y madres.

Quedó silencioso mi amigo y volviéndose de pronto hacia mí, me espetó lo siguiente: "Palabras, palabras, pero ¿cuándo va a pasar la Iglesia de las palabras a los hechos?". Yo, reaccionando, le dije: "¿Pero qué hechos puede llevar a cabo la Iglesia sino decir una y mil veces las orientaciones para conseguir la paz en todos los ambientes?". Y añadí: "El Papa Francisco nada más ser elegido Papa suprimió gran parte del boato y las púrpuras del Vaticano, y se fue a vivir a un convento y hasta destituyó a un alto mandatario por su forma ostentosa de vivir". "Es cierto --me asintió--, pero ¿qué se ha hecho por el resto de la Iglesia?". Intentando apoyar mi postura, le dije: "Es que además todo eso proviene de la historia eclesiástica". Aquí ya, más caliente, arguyó: "Será de una parte de la historia, porque no me vas a decir que Pedro y Pablo y Bernabé vivieron como ahora viven los prebostes de la Iglesia". Y añadió: "¿Por qué los obispos, que es lo que la gente ve, no se van a vivir a pisos normales como la mayoría de los mortales? porque a todo lo más, los que han dejado los palacios, tienen que vivir en casas de religiosas, o seminarios, o casa sacerdotales, con atenciones especiales, pero no como el resto de ciudadanos. ¿Y por qué esos mismos obispos no organizan unas giras para visitar los barrios modestos de las poblaciones?, pero sin esperas especiales ni organización de actos con coros y luces especiales, porque así podrían ver y hasta charlar con tantos y tantos ciudadanos que nunca irán a verlo a él, en parte por desidia, pero también porque saben que no es fácil entrar sin más y sin pedir hora y día en donde aquellos habitan". En suma, ¿cuándo los jerarcas eclesiásticos se van a convencer de que ellos no son autoridades en el mundo civil y que no tienen que presidir los actos oficiales como el alcalde o el presidente de la Diputación?

Todo esto me sucedió hace pocos días y tras pensarlo serenamente, me pregunté a mí mismo: ¿No será que la historia del mundo ha ido por delante, a una velocidad que la Iglesia no ha logrado seguir?

* Abogado