En el regreso a este conflicto eterno se repiten sensaciones ya vividas. Desde que Israel abandonó la franja de Gaza, esta es la tercera incursión de su Ejército y ya sabemos que acabará con mas víctimas e intuimos que con el horizonte de un acuerdo de paz más lejos.

El conflicto ha dejado fuera a los moderados de uno y otro lado. De ahí que Mahmud Abbás y su voluntad de hilvanar acuerdos no tenga recorrido entre los misiles de Hamás y los bombardeos del Gobierno de Netanyahu. Pero Israel tampoco sale mejor parado. Mas allá de la pérdida de legitimidad sorprende que no haya aprendido que cuanto más duro sea el castigo, mas difícil tendrá arreglar sus problemas.

Cada vez que ha intervenido, el Ejército israelí ha intentado acabar con los cohetes que Hamás lanza desde Gaza, pero ha fracasado. Hace años, los misiles de la milicia islámica eran escasos y apenas alcanzaban 50 kilómetros. Hoy su capacidad armamentística sorprende, sus cohetes triplican la distancia y amenazan zonas estratégicas como el aeropuerto de Tel-Aviv.

A pesar de la desproporción de fuerzas, los radicales palestinos se mueven mucho mejor en medio del conflicto que en la normalidad. Aunque Israel domine, mientras haya violencia, las dos partes están amenazadas. El error del pasado es que con el alto el fuego, Israel volverá a la calma, pero Gaza se convierte en una cárcel a cielo abierto por el bloqueo a la franja, que deja sin trabajo a los jóvenes y sin futuro a todo el resto.

El Ejército israelí puede arrasar Gaza con sus bombardeos, pero no acabará con Hamás, porque mientras su acción se dirija a atacar los síntomas --el lanzamiento de cohetes-- no afronta las causas del conflicto: el bloqueo y ocupación de los territorios palestinos y la falta de un acuerdo de paz en el horizonte. Una tregua debería abrir el diálogo, pero solo se podrá avanzar cuando todos perciban que nadie puede ganar y que el único acuerdo posible tendrá que hacerse entre perdedores. Algo que todavía parece lejano.

* Periodista