La decadencia del aguafiestas comienza con la soledad y culmina cuando ni siquiera es capaz de detener el baile y la música. Algo similar le ocurre al primer ministro británico David Cameron: no le gusta la música que suena en Europa pero no es capaz de pararla. La pérdida de influencia es una mala noticia para cualquier país, pero es algo especialmente ingrato para un antiguo imperio acostumbrado a condicionar Europa. El Reino Unido ni tiene una estrategia para permanecer en Europa, ni tiene un plan claro para asumir las consecuencias de su salida. Ni se siente dentro, ni está fuera. Como si se tratara de un estado novel, no parece tener un plan para defender sus intereses.

Desde su entrada en la Unión Europea en 1973, solo posible una vez que Pompidou sustituyó a De Gaulle deshaciendo el veto francés, ha tenido una relación difícil. Geográficamente es una isla y psicológicamente está más cerca de EEUU que de Europa. El problema es que desde hace años Washington mira más al Pacífico y Bruselas empieza a estar dispuesta a una existencia sin Londres.

El Reino Unido ha tenido tradicionalmente influencia en Europa. Sus dos prioridades en la política europea, la ampliación y el mercado único, han funcionado bien para los intereses británicos. En el debate de los años 90 entre la profundización o la ampliación, ganó la segunda opción y la prueba de ello son los 28 miembros que componen hoy la UE. La soledad británica no es nueva, pero su irrelevancia sí. Hace 20 años, el primer ministro John Major se quedó solo en una cumbre europea. En la isla griega de Corfú, donde se reunían los 12 líderes europeos, Major vetó la designación del belga Jean-Luc Dehaene como presidente de la Comisión Europea. Lo mismo hizo Tony Blair en el 2004 cuando arruinó las aspiraciones de Guy Verhofstadt, otro célebre belga federalista, de conseguir el mismo puesto. Pero en los últimos años la influyente soledad británica ha tocado fondo. La imposibilidad de vetar a Juncker, ahora elegido presidente de la Comisión en el Parlamento Europeo, es solo el último fracaso de otros tantos.

Dos decisiones de Cameron condicionan al Reino Unido hacia su soledad y su probable marcha de la Unión. La primera fue la salida de su partido de la familia popular europea. Desde el 2009 los conservadores británicos forman parte del grupo ECR en el Parlamento Europeo, compuesto principalmente por conservadores euroescépticos de Europa del este. Una buena decisión para azuzar las pasiones de los enemigos de la Unión, que son muchos, pero nefasta para la influencia británica. Y la segunda decisión fue la de fijar un referendo sobre la permanencia en Europa para 2017, bajo la condición, eso sí, de que su partido logre la victoria el año que viene.

Sería injusto culpar solo a Cameron de esta inercia hacia las puertas de la Unión. Como dice un corresponsal alemán en Londres, "Cameron es una suerte de don Quijote europeo: regresa amoratado tras una derrota en Bruselas y sin embargo es recibido con júbilo". El clima de opinión está cada vez más escorado hacia el antieuropeísmo, como ha demostrado la victoria del partido independentista UKIP en las pasadas elecciones europeas.

¿Qué opciones tiene el Reino Unido fuera de la UE? Lo ha resumido Martin Wolf en el Financial Times: más independencia supone menos influencia y viceversa. Si sale de la Unión y mantiene una relación comercial privilegiada tiene tres opciones. Podría ser parte del Area Económica Europea (como Noruega), manteniendo acceso al mercado único pero sin influencia en sus normas. Podría optar por ser miembro de la unión aduanera, como Turquía o Andorra, perdiendo acceso al mercado único y aceptando la tarifa común existente.

Por último, podría optar por un acuerdo bilateral con la UE, como Suiza, aunque esto le obligaría a negociar con un actor superior en condiciones de debilidad (para el Reino Unido la UE representa el 50% de sus flujos comerciales, frente al 10% que supone para la UE el comercio con el Reino Unido). La opción más independentista y más arriesgada sería confiar sus relaciones comerciales a la OMC, aunque de nuevo competiría con actores mucho más fuertes.

Al Reino Unido le conviene seguir en Europa. Cuanto más independiente quiera ser, más le costará en términos económicos y de proyección de poder en el mundo. Un estudio del Centre for European Reform ha revelado lo positivo que es para el país el mercado único europeo. Sin embargo, conviene recordar al filósofo Pascal: el corazón tiene razones que la razón no entiende. En todo caso, los británicos deben calibrar cuánto quieren pagar por sus pasiones.

* Politólogo. Máster en Relaciones

Internacionales de la UE