Abro el diario y veo que me informa de una corrupción. Ayer hablaba de otra. Ahora solo me toca acertar qué corrupción me darán a conocer en el diario de mañana.

Intento recordar cuánto tiempo hace que nos escandalizaron, por primera vez, leyendo que se había descubierto que un hombre con un cargo importante era un corrupto. Ya sé que la corrupción ha existido siempre, desde los tiempos de los griegos y de los romanos. Pero ahora se ve que se ha esparcido por todos los ámbitos. Si no me equivoco, corromper proviene de romper, o sea romper. Cuando se ofrecen contratos de muchos millones a una empresa debería saberse cómo y por qué.

También en la vida cotidiana usamos corromper en su básico sentido físico, como en el caso del pescado que está dañado, es decir que con el tiempo se ha roto el proceso que lo mantiene comestible.

Es obsesión de personas que ya tienen años dictaminar que hay una juventud corrompida, porque los jóvenes de hoy tienen una libertad que ellos no tenían. En una enciclopedia encuentro ejemplos de corrupción: el agua estancada, el aire donde se encuentran impurezas, y también se ha de decir que ciertas costumbres corrompen la juventud. Algunas aplicaciones de este verbo que se citan en la enciclopedia no me gustan mucho: seducir a una mujer, corromper a la mujer de otro. ¿Es que la mujer no puede corromper a un hombre? En el mundo de los negocios hay hombres y mujeres corruptos, que se han saltado las barreras éticas en beneficio propio y a menudo, a la larga, de sus intereses.

Yo no sé si cada vez hay más corrupción en nuestra sociedad o lo que ha aumentado es la capacidad --y sobre todo la voluntad-- de identificar a los corruptos y someterlos al castigo de ser denunciados públicamente. Quisiera creer que es así. En cualquier caso, gracias a los medios de comunicación sabemos que en el gran tejido que es la sociedad hay hilos que están rotos. Ruptus, por decirlo en latín.

* Periodista