He visto algunos partidos del Mundial de fútbol. Para los aficionados, hubo algunos apasionantes. Por la tensión, por la calidad de muchos jugadores. Por algunas magistrales jugadas y combinaciones a una velocidad y precisión --dos cualidades que son difíciles de combinar-- realmente extraordinarias. Pienso que este campeonato ha destacado también por la calidad de los porteros. Y este hecho es interesante porque, en principio, quien se lleva la gloria es quien marca un gol, no quien lo impide.

En la vida --porque también hay vida fuera del fútbol, aunque alguien no lo crea-- a menudo es más admirado quien ataca que quien defiende. Quien ataca, quien tiene una iniciativa, quien corre para lograr un éxito y desmontar la solidez del posible competidor, es quien recoge más aplausos y es más fotografiado. Posiblemente también es quien más cobra. No quiero decir que no haya habido excelentes porteros que han sobrevivido en el recuerdo de los aficionados, como Zamora, como Ramallets, como tantos otros. Pero me parece que en este campeonato del mundo se ha hecho justicia a estos hombres que, con frecuencia, están quietos delante de su portería y, de golpe, son asaltados inesperadamente por la derecha o por la izquierda.

Pienso que el mundo está lleno de porteros, de hombres y mujeres que resisten admirablemente la presión de quienes quieren hacerles fracasar. No saben por dónde les llegará la pelota agresiva que les envían. El futbolista de campo --el atacante-- puede fallar bastantes veces pero no pasa nada. Un solo error del portero de fútbol es un escandaloso fracaso.

Se podría aplicar también a los porteros de fútbol una canción francesa que dice: "Este animal es muy malo, cuando lo atacan se defiende". Y no olvidemos que, tiempo atrás, los comentaristas de fútbol designaban al portero con la palabra cancerbero. Era el nombre que se daba al perro que guardaba la puerta del infierno.

* Periodista