Conocí a un chico, cuando yo era muy joven, que cuando alguien contaba un chiste se lo apuntaba en un libro. Los tenía numerados, y siempre se podía hacer esa broma de pedirle que explicase el 138 y ver cómo se ponía a reír antes de encontrar la página. Se los sabía perfectamente todos.

Tengo la impresión de que esto de contar chistes ha pasado absolutamente de moda. Ultimamente, solo mi amigo Griñó, abogado en Vigo, cuando nos encontrábamos en verano llevaba una nueva carga de chistes. Me parece que también un médico me los explicaba a menudo.

Creo que hace años que no me han contado un chiste, y me doy cuenta de ello leyendo un artículo de José Antonio Marina en el que habla del humor. Y reproduce dos chistes. Primero: "He seguido un curso de lectura rápida y he leído Guerra y paz en veinte minutos". Segundo: "Antes no creía en nada. Ahora, ni eso".

La graduación que hay entre un pequeño ataque inmediato de risa cuando oímos un chiste y el contraste bien marcado con una medida sonrisa supone que no hay un único patrón en el campo del humor. De la misma manera que no hay dos receptores de un chiste que tengan la misma reacción.

Dice Marina que el humor es una manifestación del ingenio, una proyección de la inteligencia. Sin duda. Pero de una determinada inteligencia, supongo. Porque yo conozco algunas personas, inteligentes sin duda, que ante una manifestación de agudeza --no forzosamente un chiste-- no parecen tener el receptor que les sirva para captar y valorar una demostración de ingenio.

A mí me hace gracia la historia de un condenado a muerte que, camino del patíbulo, pregunta a su guardián: "¿Qué día de la semana es hoy?". El guardián le contesta: "Lunes". Y entonces el condenado comenta: "¡Pues sí que empezamos bien la semana!".

¿Nos llega este humor? ¿No? El humor es algo personal e intransferible.