El estatus económico, social y político se siente inquieto ante una opinión pública cada vez más desconfiada y alejada de la palabra Europa. ¿Qué esperaban? ¿Creían que el cautiverio de la razón y el sentido común iban a durar siempre? El llamado discurso europeísta, almibarado, escapista e ilusorio, ha servido para, en su nombre, hacer las políticas de desmontaje del tejido productivo español, privatizar el sector público, aplicar políticas sociales atentatorias de la Constitución y, sobre todo, para enajenar la soberanía nacional y popular en aras de una quimera fraudulenta.

El repaso, siquiera somero, de los acontecimientos económicos y políticos que han ido troquelando la actual UE, descubre sin mucho esfuerzo cómo el discurso de Jauja en el que íbamos a construir una nueva realidad económica y política llamada Europa, ha quedado reducido a una moneda única en manos totalmente ajenas a los Gobiernos nacionales y desde luego ajenas a las decisiones democráticas de las poblaciones. Un proceso en el que la Carta Social Europea de 1961, de obligatorio cumplimiento por los países signatarios de la misma (entre ellos España), es una de las víctimas más notables del naufragio.

Desde que en 1972 la Cumbre de París anunció la marcha hacia la Unión Económica, Monetaria y Política, el proceso seguido ha sido el de una permanente renuncia a construir Europa para reducir el proyecto al euro que no es otra cosa que el marco alemán con otro nombre.

El Acta Unica Europea de 1987, el Tratado de Maastricht de 1992, el de Amsterdam en 1997, el de Niza en el 2000 o el de Lisboa en el 2007 que prohibió prohibir los paraísos fiscales, han sido los hitos históricos en los que en fraude se ha ido consolidando. Un fraude consistente en renunciar a las políticas económicas propias y a cambio, creer que se puede resolver el problema del paro enajenando la soberanía y quedar sin instrumentos para ello.

En esta impostura hay responsables. Los propaladores del vacuo e inane discurso europeísta: el bipartito y asimilados, medios de comunicación, sindicatos acríticos y amaestrados por la melodía del flautista de Hamelin y sobre todo los intereses económico-financieros responsables de la crisis y beneficiarios de la misma. Ahora queda una población frustrada porque también parte de ella estimó más cómodo el no pensar y dejarse seducir y engatusar por quienes daban duros a tres pesetas. Europa es una necesidad pero ésta del euro es, precisamente, la no Europa.

Una construcción europea digna de tal nombre depende de quién o quienes la constituyen. Dejar esa tarea en manos de la troika es colaborar con la impostura. El paso de la frustración a la ofensiva es tarea de la ciudadanía.

Si nuevamente nos dejamos abducir el futuro dejará de existir.

* Excoordinador general de IU