Estos días, cada conversación universitaria transpira un sudor electoral. En momentos de crisis decidir el rumbo futuro se hace más trascendente. Todos opinan acerca de las impresiones del proceso, del perfil de los candidatos, de sus propias posibilidades. Pero cuando llega el momento de preguntar "con quién vas", salvo en círculos muy cercanos, una sonrisa sustituye la respuesta inmediata, como midiendo la intención o la tendencia de quien le hace esa pregunta. Ocurre con demasiada frecuencia. El apoyo privado se hace más huidizo bajo el flash de una cámara. Sólo los más allegados, o quienes nada tienen que perder, se atreven a dar un paso al frente. De algunos colectivos más vulnerables podría, incluso, justificarse. Pero en funcionarios, figuras consolidadas, personas mayores de edad, con excelencia académica y supuestamente crítica, resulta decepcionante contrastar la frecuencia con la que "preferirían no aparecer" donde realmente sienten.

Sería interesante conocer qué razones o circunstancias pueden llevar a estos comportamientos. Pueden ser fundados, o puede que no. Pero, en cualquier caso, si lo que se siente es miedo o mordaza, habría que mirarse al espejo y reconocer que votar con miedo es votar por el miedo. Votar por aquello que no le permite expresarse con la libertad de quien toma una opción de manera adulta, madura, reflexionada, y en positivo. Una decisión que no vaya en contra de nadie. Sino a favor de su candidato. Esa es la universidad que queremos.

José Luis Alvarez Castillo, profesor titular del departamento de Educación; Juan López Barea, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular; Enrique Soria Mesa, catedrático de Historia Moderna

Córdoba