Falta poco para el inicio de la campaña electoral al Parlamento europeo. Lleva camino de convertirse en un debate de ámbito nacional, con el añadido del futuro de una Cataluña independiente y su posibilidad de formar parte o no de la UE, o el intento de difundir la imagen de Juan Manuel Moreno en Andalucía, como ha dicho Arenas: "El 25 de mayo es el primer paso del camino imparable de Juan Manuel a la Junta". Echaremos de menos que se hable del futuro de Europa, de sus instituciones, nos quedaremos sin saber si estamos en el camino de alcanzar ese gran objetivo de la consecución de una verdadera unión política. Convendría recordar que aquella era la finalidad última del denominado plan Delors de 1989, mientras los países miembros se dividían entre los partidarios y los contrarios a ese proceso, y cuando entre los segundos destacaba la primera ministra Margaret Thatcher, quien en Brujas, en 1988, lo expresaba de este modo: "Intentar suprimir el carácter nacional y concentrar el poder en el centro de un conglomerado europeo podría ser altamente dañino y podría poner en peligro los objetivos que esperamos lograr. Europa será más fuerte justamente porque conserva a Francia como Francia, a España como España, a Gran Bretaña como Gran Bretaña, cada una con sus costumbres, tradiciones e identidad. Sería absurdo tratar de hacerlas encajar en alguna clase de retrato robot de la personalidad europea".

Frente a esas posiciones estaban las de quienes se pueden definir como federalistas, dispuestos a acometer el proceso de unidad europea en su doble vertiente, la económica y la política, aunque ello supusiera ceder una parte de la propia soberanía; en esta postura se hallaban Alemania, Francia o España. Estos planteamientos adquirieron impulso tras la caída del muro de Berlín (1989) cuando estaba claro que la Europa del Este iniciaba un proceso de apertura y de acercamiento a Europa occidental. El resultado de aquel debate serían el Acta Unica Europea (1986), el Tratado de Maastricht (1992) y el Tratado de Amsterdam (1999), si bien más adelante llegarían proyectos fallidos como el de la Constitución europea o avances como la Carta de los Derechos Fundamentales.

En España cada vez más ciudadanos adoptan la posición euroescéptica, porque no comprenden el sentido de la Unión Europea, en la que solo encuentran aspectos negativos. Si nos preguntamos ¿para qué Europa? podríamos responder con las palabras de Daniel Colard en una obra de 1996: 1º. Para poner fin a los conflictos fratricidas entre estados europeos, Europa es una garantía de paz, dada la existencia de una interdependencia entre los intereses nacionales de unos y otros; 2º. A través de la unión económica Europa tiene la única vía para competir con las grandes potencias; 3º. Permite reagrupar, y al tiempo hacerlos más eficaces, los esfuerzos de los estados europeos por ayudar a los países del Tercer Mundo; 4º. Tener una sola voz en cuestiones de política exterior; 5º. Representa la posibilidad de recoger una línea de representación universal en la defensa de los derechos de la toda la humanidad, lo que él denomina "misión civilizadora", entendiendo por tal el mensaje de una civilización nueva, pues desde su punto de vista Europa nunca fue tan grande como cuando habló en nombre de todos los seres humanos. Esas cinco cuestiones, con los matices que introduce la crisis, son válidas en la defensa del proyecto europeo, quizás lo que ha cambiado es que la Europa actual no tiene el mismo poder cultural que Colard le atribuía a finales del pasado siglo, el sistema de valores en estos momentos no se sustenta en lo moral, sino en lo material, en lo económico. Esperemos que alguno de los participantes en la campaña se muestre dispuesto a defender ese proyecto cultural europeo.

* Catedrático de Historia