No podría ser de otra manera. Ante la riada de libros, ensayos, declaraciones, reportajes, entrevistas y artículos, que inundan estos días las librerías y los periódicos sobre la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, lo mejor será dejar que fluya lo que brota del corazón, reflejar los destellos más hermosos de estos dos Papas de la Iglesia, subrayar sus pequeños y grandes secretos. De Juan XXIII, me quedaría con su silueta tan humana y tan cercana. Enseguida fue calificado como el "Papa bueno, el gran párroco del mundo", por su sencillez, sus expresiones espontáneas lejos del protocolo y de las apariencias externas. Se dio cuenta de que el mundo había avanzado mucho y la Iglesia se quedaba lejos en algunos asuntos. Adquirió gran conocimiento de los pueblos y sus gentes, tocó la dura realidad de creyentes y no creyentes, participando en primera persona en la ayuda a los más necesitados, humildes y perseguidos. Su carácter jovial y bondadoso le hizo superar momentos muy dificiles. Así, como era un hombre campechano, de buen humor y gran conversador, adquirió un conocimiento y una experiencia ideal para la misión que le aguardaba. Pero una inquietud le corroía el alma: había que renovar la Iglesia, ponerla al día, buscar otras formas de actuar, habia que dialogar con todos. Con gran audacia y clarividencia del futuro, movido por el Espíritu Santo, a los tres meses de haber sido elegido Papa, anunció con gran sorpresa de todos que había que celebrar un Concilio, con el adjetivo de ecuménico, es decir, de la unidad. Se inauguró el 11 de octubre de 1962. La noche del inicio del Concilio fue memorable. El pueblo cristiano abarrotó la plaza de san Pedro, llevando antorchas. El Papa se asomó a la ventana y lleno de emoción, improvisando, pronunció el "discurso de la luna", porque dijo: "Mirad al cielo, hasta la luna ha salido a contemplar este evento histórico". Y añadió: "Vivimos una época sensible a las voces de lo alto". Y concluyó con una pincelada de "papa bueno", que veía cómo la multitud soportaba impasible la lluvia: "Regresando a casa encontraréis a los niños, hacedles una caricia y decidles: esta caricia es del Papa. Tal vez encontraréis alguna lágrima que enjugar. Tened una palabra de aliento. Sepan los afligidos que el Papa está con sus hijos, especialmente en la hora de tristeza y amargura". De Juan Pablo II, me quedaría, con su fe viva, "parecía cortarse con un cuchillo", se ha escrito, con su valentía en la proclamación de la verdad, con sus grandes encíclicas, con su honda espiritualidad, de intensa oración, enraizada en la Eucaristía. Por ello, su devoción estaba siempre imbuida de solicitud por la Iglesia y por toda la humanidad; y su gran amor a María. Juan Pablo II situó a la Iglesia católica en el primer plano mundial, con dos destellos imborrables: las Jornadas Mundiales de la Juventud y los encuentros mundiales de la familia. Pero, atención, no son canonizados por los méritos contraídos, sino por su santidad, por su respuesta a la llamada de Dios y el esfuerzo en dedicar a ella toda la vida.

* Sacerdote y periodista